Finales míticas


Cuentan las leyendas que existió una vez un pueblo en algún lugar del mundo, que vivió durante siglos en la opulencia y que gobernó con mano de hierro sobre todas las razas de animales, vegetales y cosas, incluidos los caniches y las marmotas del Canadá (que en aquella época no se llamaba así). Nadie sabe a ciencia cierta qué fue de ellos, pero la realidad es que poseían una avanzada tecnología, que a juzgar por ciertos indicios pudo ser su perdición. Pero lo que muy pocos saben es su terrible secreto, la más horripilante de las realidades, el infierno del tártaro, y es que todos ellos eran ingenieros. En algunos sitios llaman a este pueblo luxanos, del latín lux, que significa luz, y anos, que es lo que viene a formar el gentilicio. Esta denominación podría traducirse como “pueblo que descubrió la linterna eléctrica de mano como sustituto del candil de queroseno”. En otros lugares se referencia a ellos como androtelepótamos, del griego andros que significa colonia, tele que significa raro, y potamos, que significa botijo, cuya traducción podría ser “aquellos hombres que traen el agua de lejos pudiendo traerla de cerca”. No obstante, las distintas denominaciones están recogidas en el texto “Etimología de una histeria colectiva” de esta misma editorial. La referencia más extendida y que aquí utilizaremos es la de lekhos, los hijos de Maxwell, o “aquellos cuyo compilador funciona mejor que el tuyo, sin que ellos mismos sepan por qué”, cuyo origen se desconoce casi del todo.
Los modernos arqueólogos, personas del todo distintas a Indiana Jones, han descubierto que se trataba de un pueblo con una arraigada mitología, que creía y temía profundamente a unos extraños dioses que moraron en el pasado entre ellos o bien aun lo hacían y ahora vivían en un mundo regido por leyes físicas llamado escuela. El más poderoso de todos los dioses era Maxwell “El rotacional de la divergencia”, que vivía en un diferencial de intensidad y de vez en cuando salía a pasear por sus campos, perpendiculares entre si, y que gobernaba todo lo que se cocía por aquellos lares. Fue designado por el creador después de que Poincaré diese forma tridimensional al mundo y de que Bergman, dios del aburrimiento, diese sentido al tiempo. Por otro lado estaba Fourier, que era “El dios del dominio atemporal”, y que en sus inmensos palacios de cáscara de huevo se entretenía haciendo extrañas DFTs mientras gobernaba el pasado, el presente y el futuro como le venía en gana. Popularizó la frase “en una única frecuencia, concentro todo el dominio del tiempo”, frase que sólo él entendía, y que hacía referencia al parecer a que conocía toda la historia, lo cual lo convertía en un excelente canguro de niños. Otro de sus crueles dioses era Stallings “El conmutador de slots”, dios del Kaos absoluto, y artífice de que los paquetes se entregasen en su destino en algún momento. Stallings estaba mal visto por el consejo de dioses, que no aprobaba que no desposara con una diosa, ya que cuando decidió crear RDSI se enamoró de Frame Relay y se casó con ella. También gozaba de cierto poder el dios Newton, que aunque poseía mundos en los que era monarca absoluto, aquí no estaba muy claro qué lugar ocupaba y qué atribuciones tenía. Eso sí, se le relacionaba con el hecho de que las cosas no estuviesen en su sitio cuando perdían su sujeción. Newton era conocido como “El que empuja detrás del mueble” y muchos pensaban, que si por él fuera, todo seguiría igual, a velocidad constante, y sin variar su trayectoria en el vacío. Otro dios era G. Andrews, hijo de Djikstra, que también era dios pero no gustó y delegó en su primogénito, “El Único que controla el sistema de archivos”. El Gran Andy, como lo llamaba Maxwell, regía sobre los sistemas operativos, y decidía cuales debían colgarse por siempre jamás. Era un dios odiado por muchos, y venerado por los más extraños, pero todos temían su ira. Kirchhoff era un dios peculiar, amante de los lazos y las mallas, que se pasaba el día viendo ballet ruso y era conocido como “El determinante de orden tres, como mucho”. Era un dios borrachín que se encargaba del régimen permanente y que en ocasiones necesitaba que Laplace, hermano pequeño de Fourier le echara una mano a escondidas. Por último estaba el dios Shannon, “El enemigo, y punto”, dios cabroncete, cuñado de Maxwell (se casó con la hermana pequeña y díscola de éste) y dios de las transmisiones de información. Debido a su maldad siempre se encargaba de corromper las informaciones sembrando el desconcierto entre dioses y humanos, quienes lo odiaban por encima de todo, y quienes hacían sacrificios y lo combatían con mayores anchos de banda y mejores relaciones señal a ruido.
Además de los dioses, existían una infinidad de dioses menores que servían a los mayores. Entre ellos se encontraban Clos “El desbloqueante” que servía a Stallings, tipejo extraño con muchos brazos que conmutaba los 2n+1 canales que le fueron atribuidos en el inicio, siempre según sus propios cálculos; Nyquist “El antialiasing” que servía a Fourier y era un poco metomentodo aunque dedicaba la mayor parte de su tiempo a tomar muestras de forma furtiva de tal forma que luego era el único capaz de dejarlo todo tal y como se lo había encontrado; Fano “El desigual” que servía a Shannon, era un señor alto y fuertote que dejó su ocupación como director de proyectos para pasarse al bando de los malos y organizar absurdas teorías que necesitaban de extrañas propiedades para tener sentido y casi siempre se salía con la suya, fuera cual fuera la suya; Proakis y Manolakis “Los discrecionadores” que servían a Fourier, eran dos tipos aburridos que consagraron su vida en intentar que todo lo que Fourier había conseguido sirviera para algo, y posteriormente en intentar que alguien a parte de los rinocerontes entendiesen la obra de su maestro, cosa que como es obvio no consiguieron; Gauss “El Simétrico” que servía a Maxwell, dejó su granja de avestruces un buen día al darse cuenta de que Maxwell era tan poderoso que todo lo que hacía era tremendamente complicado, por lo que decidió consagrar su vida a extraer casos particulares de los milagros de su jefe siguiendo la pista a las propiedades simétricas del universo de Poincaré, más o menos; Carson “El dos beta mas uno” que era funcionario de frecuencias (por lo que estrictamente dependía de Fourier), se empeño un buen día en que las modulaciones frecuenciales cupiesen allí, y cupieron; Huffman “El codificador”, guardián de los códigos unívocamente decodificables, y sirviente de Shannon, era el mensajero del Malvado, quién se encargaba de transmitir sus mensajes y de interceptar los que los demás dioses se intercambiaban para chivárselos a sus superiores; Linux, primo de Unix, “La alternativa gratuita”, que poseía comandos extraños y que era un semidiós elitista siervo de G. Andrews, y que rivalizaba con Gates “El monopolista”, que era más popular que él pero que era un colgao al que una droga llamada dll le había dejado el cerebro frito y ya sólo tenía delirios de grandeza y alardeaba con pretender conquistar el Olimpo y hacerse el Más Poderoso. Tannenbaum era un siervo de Stallings venido a menos, que en el principio de todo fue en realidad dios, pero que por ajustes de personal fue degradado cosa que jamás aceptó y por tanto se dedicó a escribir novelas científicas de escaso valor literario que tuvieron relativo éxito debido a que su nombre tenía cierto gancho comercial.
Pocas cosas más hemos sido capaces de descubrir sobre la vida de los lekhos, excepto que estaban divididos en tres grandes razas, los telemáticos, tipos pragmáticos que trabajaban incansablemente sin importarles hacerlo y que lo reducían todo a cuestiones de unos y ceros. Por otro lado estaban los de señal, tipos soñadores muy dados a hacer castillos en el aire, que construían extraños artilugios metálicos a los que se subían para intentar comunicarse con los dioses. Por último estaban los electrónicos, amantes del arte y la miniaturización, hacían posible que sus compañeros tuvieran lo que necesitaban gracias a su destreza artesana. También se cree que había algunas tribus que no pertenecían a ninguno de las grandes razas, tal vez por que no quisieron encajar en ellas o por que lo pasaron por alto sin más.
Se cuenta que sus doctores o sacerdotes guardaban toda su sabiduría ritual en un fichero de extensión desconocida que fue destruida cuando el dios exterior Becquerel irradió los floppys que los contenían. Sin embargo, hay leyendas que cuentan que antes del Gran Desastre, un reducido grupo de miembros de la raza de los telemáticos, pertenecientes a la congregación del Bit de Polling, ocultaron en alguna parte algo que ellos llamaron backup, un artilugio no digital que sobrevivió a la guerra contra los dioses exteriores capitaneados por el furibundo Tycho Brahe “El olvidado y por tanto salvado de la quema”. Dicha copia de seguridad era un libro de aspecto asqueroso y aterrador llamado El Telekonomicon. Este incunable, hecho con hojas de fibra de abedul y encuadernado con piel de palmípedo sagrado blanco con bajorrelieves de Bambi en la cubierta contiene toda la sabiduría y todos los ritos que los lekhos ofrecían a sus dioses además de un apéndice con las catorce formas para evitar que Windows se cuelgue en el escritorio al arrancar, descubiertas por sabios sacerdotes telemáticos. Pero la historia del libro es otra, que no ha de ser contada ahora, sino más adelante (en el siguiente número que comprar más adelante).
Publicado el 2 de octubre de 2004