¡Pues es lo que faltaba!

jueves, abril 27, 2006

Tras la tempestad vienen los cascotes

Levantó la cabeza lentamente, en zigzag, tratando inútilmente de evitar el dolor de cabeza mediante complejas contorsiones. Miró a su alrededor, y en un primer vistazo, no supo donde estaba, pero cuando vió la minipimer, se dio cuenta de que estaba en su cocina. Sin embargo, la cocina había cambiado. Ya no era su blanca cocina, junto al salón de su casa. Aparentemente, era el mismo sitio, sin embargo, ahora no era blanca, era más bien negruzca, o al menos oscurilla. Algunos de sus utensilios, antes sencillo instrumental culinario, ahora adoptaba formas grotescas y proyectaba sombras horripilantes. De hecho, sin saber exactamente cómo, y aunque seguía estando junto a su salón, ya no estaba en el septimo piso de un edificio. Su casa, su morada, se había transportado a una especie de cueva o subterráneo. Se dio cuenta porque por la ventana no entraba luz, sino tierra. Levantó un poco más la cabeza para ver su cuerpo, y observó que iba vestido de negro, con una capa rara y un traje prieto. No sabía de dónde había salido aquello. Buscó en su mente, pero no encontró nada. Entonces vió en la pared, un dibujo hecho con sangre, que representaba un hocico de cerdo tachado. Y recordó. Y tosió. Bajó la cabeza al suelo. Estaba confuso, como no lo había estado desde que vio Babe el cerdito valiente. Pero lo entendia. Allí, en el suelo de su realojada cocina, entendió cual era su destino en la humanidad.

miércoles, abril 26, 2006

Extracto del prefacio a la primera edición del Diccionario de Neologismos

En ocasiones, cuando uno tiene ganas de hablar, habla sin más, y no se preocupa de que lo que dice no tenga ningún sentido, ni siquiera de que nadie le esté escuchando. Hay quien pudiera pensar que un monólogo incongruente en solitario es un claro síntoma de lo que se viene a llamar una patología mental. Nada más lejos de la realidad. Si nos paramos a escuchar lo que nuestros congéneres circundantes dicen en buena compañía, nos daremos cuenta de que las conversaciones, en realidad, no tienen mayor coherencia que la que pueda otorgárseles mediante un mínimo común. Partiendo pues, de que lo que es extraño, es la corrección, en términos específicamente absurdos, inundar el mundo de ideas poco convencionales, con la particularidad de que sólo puedan ser interpretadas correctamente por un círculo muy reducido de individuos, constituye no sólo un ejercicio de normalidad, sino también una sana y deseable tarea de creación artística. De ahí que, en pleno apogeo de la adaptabilidad, en la que, como seres inteligentes que somos, tratemos de facilitar todas las facetas de nuestra existencia cotidiana, sobre todo aquellas que implican una comunicación con los demás. Para ello es vital el manejo de distintos registros del idioma, que favorezcan un fluido intercambio de ideas, que prime la comprensibilidad más allá de la forma y la pomposidad, aunque siendo siempre bien conscientes de que cada ámbito tiene sus necesidades, y que cada situación requiere un tratamiento que ha de respetarse. Con la intención de familiarizar al lector con los términos de nuevo cuño, que día sí día también se extienden en nuestra sociedad, presentamos aquí una guía que pretende concentrar los neologismos más representativos y de uso más extendido.

martes, abril 25, 2006

El descenso a la oscuridad

¡Peras, peras a euro y medio! ¡El kilo de puerros a veinte céntimos, oiga! ¡Estamos que lo tiramos, manojo de cebollas a dos cincuenta!

Las voces del mercado se habrían paso por doquier, hasta llenar todos y cada uno de los rincones de la plaza, donde los vendedores trabajaban a destajo para atender a sus numerosos clientes, que escrutaban con ojo experto cada pieza del muestrario. Verduras, hortalizas, carnes, lácteos, nada estaba ausente en esa orgía del consumismo alimenticio.

- ¿Quién es último? - Preguntó una voz - Yo - Espetó una señora que trataba de que su hijo no tocara nada. - Ah, muchas grracias, señorra. El tiempo pasa de forma muy diferente en la cola de una frutería. En general, sucede en cualquier cola. No se trata de que el tiempo sea efectivamente distinto, de hecho, no lo es, sino de una sensación de desamparo que se siente mientras uno está quieto, en silencio, esperando a que le toque, y rodeado de gente que está haciendo exactamente lo mismo, pero sin compartirlo con los demás. No habían transcurrido ni dos de ese tipo de minutos, cuando interrumpió la quieta espera. - En mi pais no comemos ni verdurras ni horrtalizas, sabe. - La señora, a penas sin mirarle, respondió desganada, y agarrando fuerte la muñeca de su hijo - Ajá, que terrible-.

El silencio volviò a ocupar la cola, hasta que de nuevo, él insistió - No es tan terrible, sabe, allí nuestrro clima no perrmite estos manjares. Allí sólo hay carrne. - De la misma forma que antes, la mujer respondió a penas sin escuchar - Pues eso no puede ser sano, hay que comer de todo. ¿A que sí, Martín? - Preguntó mirando a su hijo, que ignoró enfurruñado la voz de su madre, mientras era asido por el brazo y miraba deseoso una pila de peras con un delicioso aspecto de poder desprenderse en una avalancha.

Tras un inciso, en el que varias de las grietas del techo fueron escrutadas sin piedad, el improvisado coloquio continuó - Es cierrto, pero allí comemos carrne crruda. Es una trradición ancestrral. - En ese momento la mujer pareció reaccionar, y miró asqueado al chico que tenía a su lado, como descubriendo algo desagradable junto a ella en aquel momento - ¡Qué asco, cruda! Por favor, como puede hacer eso. - Él la miró extrañado, como el psicopata que descubre que no todo el mundo tiene el jardín lleno de cadáveres. - Porr supuesto que comemos carrne crruda, ¿como si no la comerríamos? Y aquí también lo hago. Cuando puedo salgo a los parrques a cazarr perros.

En ese instante, todos los que se hallaban en la cola se giraron y miraron desaprovadoramente al chico, y el tendero dejó sus quehaceres en la báscula para decirle - ¿Se come usted crudos los perros que caza en los parques? - A lo que el chico, como sin comprender, respondió afirmativamente - Porr supuesto, salgo, y los cazo de una patada. Me los como allí mismo, como manda la trradición. En mi pais, mataba cerrdos de esta manerra.- Varias de las personas que se hallaban en la cola clamaron, mientras alguna mujer tenía arcadas. La señora con la que había empezado a hablar, tiró de su hijo mientras le decía - Vámonos, Martín, no escuches lo que dice. - Y se alejaron apresuradamente. En ese instante, el tendero, con gesto amenazador, dijo - Es usted un ser realmente despreciable - Mientras un coro de voces repetía cosas como - ¡Qué asco! - ¡Es repugnante! - ¡Pues vuelvase a su pais a hacer esas cosas inmundas!- ¡Largo de aquí, asqueroso! - Le ladró el dependiente, mientras el pobre chico se alejaba asombrado ante la iracunda mirada de los presentes.

Ante la incomprensión sufrida, y aun atónito tras haber sido vilipendiado, se sentó en un banco, para tratar de pensar y poner sus ideas en orden. Se sentía cansado y hambriendo, pues no había podido comprar las manzanas, y en ese momento vio un pequeño fox terrier trotando hacia él. Se quedó a unos dos metros, sentado, mirándole. No supo exactamente porqué, pero se levantó al instante, y le dió una patada mortal que lo lanzó a más de ochenta metros. Presuroso y llevado por una momentánea excitación, se lanzó hacia el lugar en el que había aterrizado el can, sin escuchar los gritos y las voces que ya empezaban a oirse. Al llegar, arrancó una pata del animal, y se la acercó a la boca, pero antes de morder, vio como un hombre se dirigía voceando y con los brazos en alto, hacia él. Como despertando de una ensoñación, miró alrededor, y vio como varias personas se acercaban de la misma guisa, gritando e insultándole, varias mujeres consolaban a sus hijos que lloraban desconsoladamente, y un par de agentes de policía se acercaban corriendo con sus porras en la mano.

Se levantó y soltó la pata, y comenzó a correr sin rumbo, tratando de huir de quienes le perseguían poniendo el grito en el cielo. Corrió durante más de veinte minutos, durante los cuales, no sólo no conseguía alejar a sus perseguidores, sino que otro par de patrullas de la policía se unieron a la caza. Tras zigzaguear por varias callejuelas, pareció que había despistado definitivamente a todos los que le acechaban, y se sentó en un callejón oscuro, tras un contenedor de cartón. Allí, sucio, cansado y hambriento, se durmió.

Oía ladridos, ladridos que lo despertaron, y se percató de que era ya de noche, y frente a el había un perro, de mediano tamaño, pero feroz, ladrándole. La locura lo invadió, se levantó y se acercó al perro, que seguía ladrando ruidosamente, amenazador. Entonces la oscuridad invadió su corazón, y llevado por la ira, se lanzó hacia el animal, que dejó de ladrar lo justo para ser agarrado por el cuello, y en aquel oscuro callejón, con toda su fuerza, estranguló al perro mientras gritaba desgarrando sus cuerdas vocales. Apretó con toda su fuerza hasta romper el cuello del perro, y cuando hubo terminado le dió una patada que lo lanzó a muchos metros de altura. Extendió sus brazos, con sus manos ensangrentadas, y volvió a gritar con toda su fuerza. Desgarró su ropa, y volvió a gritar. - ¡¡Yo Jurro que vengarré con sangrre la torrturra y el daño que este mundo me ha infligido!! ¡¡Yo os maldigo!! ¡¡Matarré a vuestrras mascotas, a vuestrros hijos y a vuestrras mujerres, inmundos bastarrdos!! ¡¡A parrtirr de hoy, Trradas ha muerrrto!! ¡¡Yo, yo, soy Lorrd, Lorrd Porrkemorrt!!

Un largo relámpago iluminó el cielo, mientras una malvada risa se alejaba entre las callejuelas de la gran urbe.






Queridos lectores, tras una prolongada ausencia, debida a arduas disputas con el editor y los gerifaltes de la compañía, retornamos con uno de los platos fuertes de la serie, los inicios de uno de nuestros villanos más carismáticos. Si en pasados números mostramos como se inició su leyenda, hoy hemos visto su descenso al lado oscuro, un secreto bien guardado hasta hoy. Deseamos que hayáis disfrutado con la historia tanto como nosotros.