Los caminos del señor
Existen muchos tipos de tareas cotidianas. Algunas de ellas resultan molestas para la mayoría de la gente, molestas en el sentido de que produce verdadero fastidio tener que realizarlas. Se trata de tareas tales como limpiar y ordenar cosas que por otro lado, ni siquiera recordamos haber ensuciado o desordenado. Existen algunos otros quehaceres que realmente no somos conscientes de que llevamos a cabo, ya que hemos interiorizado de tal forma los mecanismos que nos permiten realizarlos que apenas nos suponen un esfuerzo. Eso que comúnmente llamamos rutina nos evita tener que preocuparnos de los aspectos más tediosos y repetitivos de lo que tenemos que hacer a diario, nuestro subconsciente toma las riendas de nuestras acciones para evitarnos bostezar una y otra vez.
Lograr establecer una rutina no es igual de sencillo para todo el mundo. Hay quien tras dos semanas haciendo algo a diario, es capaz de sentir el peso de la rutina en una actividad. Otros, sin embargo, necesitan meses de repetitividad para poder sentir la misma sensación. Pero existen personas para las que, por más que lo intenten, es imposible acostumbrarse a repetir una acción. En algunos casos concretos, de hecho, algunos actos repetitivos llegan a constituir auténticas pruebas de paciencia, que requieren unas enormes dosis de autocontrol y voluntad, para no perder la calma o incluso la cabeza.
Cuando la gente murmura a tus espaldas, te observa, incluso utiliza una mueca de desagrado como primer y único gesto facial al verte, es difícil encontrar agradable estar entre la gente. Y este es el caso de un hombre muy alto, muy fuerte y muy negro ataviado con bermudas, una camiseta rosa, mocasines, calcetines de rombos y abalorios militares. Da lo mismo que tras una apariencia exista una persona. Incluso es obviable que pueda existir una persona sensible tras un aspecto subjetivamente desagradable. Cuando una mayoría juzga no apto a alguien, se lo hace saber a la manera en la que sólo una masa convencida y equivocada sabe mostrar su desaprobación. Y esta manera es bastante desagradable para quién la sufre.
Así es el día a día de Termobucle, en la panadería, en el supermercado, en la frutería o en cualquier establecimiento que, como ser humano, debe frecuentar. La caja de ahorros, no es una excepción, y así, cuando entra a la sucursal y coge su número, debe enfrentarse a las miradas furtivas de todos los que además de esperar no tienen otra cosa que hacer más que lanzar miradas furtivas a quien considera ser merecedor de dichas miradas. Algunos niños, sobre todo aquellos que son transportados en sillas por sus madres o abuelas, llevan incluso más allá esta desagradable mala costumbre y señalan con sus dedos mientras comentan en voz inadecuadamente elevada “mira mamá que señor tan feo”.
Hoy es uno de los días en los que los que la desconfianza, por un lado del Gobierno, pagador hasta ahora puntual pero no por ello exento de ser blanco de desconfianza, y por otro lado internet, herramienta útil para algunas cosas, pero no para gestionar cuentas bancarias, al menos en opinión de Termobucle, genera la necesidad de visitar la sucursal de la caja de ahorros.
Poca gente suele suponer una experiencia más agradable, y el caso es que en esta ocasión únicamente había dos personas esperando, además de las dos personas que estaban siendo atendidas en las dos ventanillas. Uno era un hombre de aspecto arreglado, probablemente alguien que por razones de trabajo estaba haciendo gestiones en el banco, y que afortunadamente no prestaba mayor atención a Termobucle. La otra persona era una vieja con un carro de la compra. Una potencial arpía molesta. En ocasiones la suerte tiene a bien aliarse con uno, y proporciona situaciones en las que redimir el mal causado, el no causado, o el aparente. En este caso, una naranja se había caído del carrito de la compra de la anciana, y Termobucle, hábil manejando situaciones difíciles, tras sobreponerse a la esperada mueca de la mujer, se acercó a recoger la fruta que había rodado hasta situarse tras ella. Cortésmente ofreció la naranja diciendo en voz baja.
- Supongo que se le ha caído del carro, señora. Tenga.
Frase que fue respondida con un silencio y una mirada fulgurantes, que sorprendieron a Termobucle, a la suerte que había propiciado la situación y a varios universos paralelos que nada tenían que ver con la situación. Le arrancó la naranja de la mano y la depositó en el carro de la compra, con un gesto que indicaba bien a las claras la seguridad de que Termobucle algo había tenido que ver con el hecho de que en algún momento la naranja, hubiera decidido salir del carrito.
Ante la reacción de la anciana, no quedó más que apartarse hacia el fondo a esperar, confuso, molesto y contrariado a partes iguales.
Precisamente en ese momento de contrariedad en la que uno deja de prestar atención al mundo real durante un par de segundos para murmurar para sus adentros, un par de hombres con pasamontañas y armados con subfusiles de asalto aparecieron en escena.
Es fácil volver de un estado de evasión cuando alguien dispara al techo un arma de fuego, y es fácil también obedecer cuando te apuntan a la cara con un arma, así que en un abrir y cerrar de ojos todos los presentes estaban tumbados en el suelo con las manos sobre la nuca.
La deformación profesional en ocasiones es algo molesta e instintiva. Tan pronto como la mejilla toca el suelo de un agente de operaciones especiales, todos sus sentidos se centran en analizar la situación. Ello implica necesariamente un reconocimiento visual del terreno, reconocimiento, que en su parte final, hizo que la mirada tuviera que posarse en la anciana. Cualquier cavilación acerca de cómo afrontar la situación se vio abortada inmediatamente. La anciana miraba de forma fija y desagradable, de nuevo, a Termobucle.
- ¡Haga algo! – Susurró la mujer con gesto de incomprensión. Al parecer, esperaba de Termobucle una reacción algo más arriesgada que obedecer a los armados atracadores. Como es lógico cierta sensación de estupor recorrió a Termobucle, después de sentirse rechazado por su aspecto, tener que soportar eso era demasiado. Pero la cosa todavía iba a empeorar, ya que uno de los atracadores, presa del hambre, sin duda, se acercó al carrito de la anciana y cogió de él un pedazo de pan. Tal sustracción no era permisible según los cánones morales de la anciana, que decidió forcejear ligeramente con el ladrón, que no tuvo reparo en golpearla para poder hacerse con la comida.
Desde el suelo, la mujer miró furibunda mirada a Termobucle, y volvió a susurrarle - ¡Haga algo, mamarracho! – La situación era tremendamente injusta. Se estaba cometiendo un crimen y una mujer de avanzada edad había sido golpeada. Ningún ser humano con un mínimo de decencia dejaría de despreciar la actitud del ladrón. La anciana insistía con tono desagradable – ¡¿Es que va a permitir esto?! – Era el momento en el que, en circunstancias normales, Termobucle se hubiera levantado, y con un par de movimientos hábilmente premeditados, hubiera desarmado a los ladrones y los hubiera inmovilizado hasta que llegara la policía. Sin embargo, puede que debido a la presión, o tal vez no, se limitó a murmurar – Cállese vieja, que no soy ningún superhéroe.
Para no tener que soportar más miradas, decidió que lo mejor sería pegar la cara al suelo y esperar a que todo terminara. Pero un minuto más tarde algo le sobresaltó. Una fugaz sombra por el rabillo del ojo, el silencio de los atracadores y un pequeño golpecillo le hizo levantar la mirada. Tan sólo consiguió ver una especie de sombra negra, con capa, salir por la puerta rápidamente. No hacía ruido, no parecía caminar. No lo pudo identificar. Tal y como testificó después, sólo recordaba un dibujo, tres círculos, dos de ellos dentro del uno más grande. Una especie de hocico de cerdo. Pero el hombre iba enmascarado, era imposible reconocerlo. Lo que siguió a aquello fue bastante confuso, la anciana se puso a gritar y a lanzar cosas. Los atracadores, estaban atados y amordazados. Pero el dinero no estaba. El extraño personaje, había reducido a los atracadores cuando ya tenían el dinero e iban a escapar, los había inmovilizado, y se había llevado el dinero. Héroe o villano, quién sabe, es algo que no importaba a Termobucle. Tan sólo se preguntaba quién era aquel tipo, rápido. Silencioso. Efectivo. Tuvo la sensación que no sería la última vez que tendría noticias de él. Su jefe, el General Dasnakoff, le dio un nombre. Un nombre que no le dijo nada. Lord Porkemort. Y en su cabeza, una pregunta. Por qué no ató y amordazó también a la vieja…
2 Comments:
Eres el puto amo. Las cosas como son. xD
By Anónimo, a las 5/1/09 02:00
Lo suscribo, por eso molan los crossovers.
By Anónimo, a las 5/1/09 12:14
Publicar un comentario
<< Home