¡Strike uno!
Un prostíbulo. De todos los lugares que existen, ninguno tan indigno para un superhéroe. Odio a los villanos que se ocultan en prostíbulos. No sé por qué. Lo lógico es que vivan en cuevas, o que tengas que ir a buscarlos a centrales nucleares o centrales hidroeléctricas. Es lo que uno ve en la tele. En realidad son mucho menos glamurosos. Tienen cierta tendencia a ir a sitios en los que pueden incordiar, pero por lo general son tipos apáticos que se mueven poco. La gente cree que se les pilla in fraganti, a lo grande, pero si llegan a ser villanos famosos es porque son buenos, y a los buenos no los coges con las manos en la masa fácilmente. Se cubren las espaldas. Lo normal suele ser ir a su casa y meterles de hostias. Al menos en mi caso.
Un prostíbulo es un sitio de mafiosos. En esta ciudad al menos no hay ninguno que no esté regentado por un tipo al que aplastaría de un manotazo. Un villano viviendo en un prostíbulo es como un superhéroe viviendo en el pentágono. Un jodido anacronismo. Es como ir a pescar truchas a un vivero. Pero es lo que ha tocado esta vez.
Según los informes de nuestro insigne servicio de inteligencia, Lord Porkemort ha conseguido, sabe dios como, hacerse con un cuarto de esos que se utilizan en los lupanares para actos impúdicos. Lo que no hemos conseguido saber es cómo ni por qué, algo que sin duda hubiera resultado útil.
Lo primero que hay que hacer cuando se llega a un sitio, es entrar. Mi aspecto físico no me permite pasar desapercibido fácilmente, así que, como ya esperaba, todo el mundo se me quedó mirando cuando entré en Chica’s. Ese era el nombre del club. Inmediatamente un par de chicas, mujeres, seres humanos de sexo femenino se acercaron a mí. Tuve que esquivarlas con habilidad. Me acerqué a la barra y pedí un zumo exótico. El barman me preguntó que con qué licor quería mezclarlo, y me costó que entendiera que no quería licor alguno. También me preguntó que con qué chica quería tomar algo. Puso una cara todavía más rara cuando le dije que con ninguna.
Después de un rato el zumo se terminó. Como no había conseguido el ánimo suficiente para entrar a buscar a mi hombre, pedí otro. Un hombre que estaba en la esquina de la barra con aspecto de cortar el bacalao por aquellos lares empezó a mirarme con cara de pocos amigos, supongo que porque no estaba consumiendo lo suficiente. Decidí acercarme a él.
- Buenas tardes.
- ¿Es que no le gustan mis chicas?
- No es eso, es que estoy de servicio.
- ¿Cómo? ¿Eres un madero? – El hombre puso cara de alarma y miró a dos de sus matones. Tuve que reaccionar, porque ahora mismo la misión exigía discreción.
- No perdón. Era una forma de hablar. No me he expresado bien.
- Ah. Bueno. – El hombre miró con más tranquilidad a sus gorilas y la cosa pareció tranquilizarse.
- Estoy buscando a un amigo.
- ¿Ah sí? ¿Y cómo se llama su amigo?
- No estoy seguro de que usted le conozca por su nombre.
- Haga la prueba.
- Mi amigo sale por las noches vestido de negro, con una capa y un antifaz, y lleva un simbolito con tres círculos en el pecho.
- Que amigo tan raro. No le conozco.
- Pues a mi me han dicho que vive aquí. – En este punto el hombre pareció incomodarse. Otra mirada a sus fornidos camaradas ocultos en la oscuridad del local. Al parecer esto no iba a ser zumo, coser y cantar. Una gilipollez como que somos del mismo pueblo no iba a colar, así que traté de ponerme serio y tirar por algo no muy grave. – Me debe dinero.
- ¿Ese amigo tan raro que usted me ha descrito le debe dinero?
- Sí.
- Pues a mi no me parece que le deba dinero.
Mierda. Me va a tocar trompar antes de tiempo. Y eso implica que el malo se va a escapar antes de tiempo. A mi no me gusta pegar. Pegar sólo es un instrumento que utilizo en última instancia, lo que ocurre es que la gente no se da cuenta hasta el último momento de que no tiene nada que hacer. Y ese último momento suele venir generalmente después de que les haya golpeado. En algunos casos, en repetidas ocasiones. Hay que rebajar la tensión.
- Disculpe ¿dónde están los lavabos?
- ¿Qué? Escucha amigo, te aconsejo que te marches ahora, sin hacer mucho ruido. – No me quedó más remedio que levantarme y buscar el servicio por mis propios medios, pero un gordo bigotudo se interpuso en mi camino.
- Tío, te han dicho que te largues. ¿Es que no lo has oído? – El tipo tenía cierta cara chulesca, el tipo de cara chulesca de un señor que roba la merienda a los niños en el recreo. Hay que hacer algo con ese tipo de señores.
- Sí, ahora. – Utilicé con él una vieja llave que aprendí cuando era joven. Con sólo tocarle el hombro generé en él tal dolor que no pudo moverse del sitio. Se quedó clavado, gimiendo, en el lugar en el que estaba.
Afortunadamente camino de los servicios había una escalera que subía al piso de arriba, así que decidí no demorarme. Lo más probable es que al salir del baño me estuvieran esperando, así que aproveché el factor dolor-sorpresa. La fauna que encontré en el primer piso me recordó en qué tipo de lugar me encontraba, y por supuesto, no hay ni que mencionar el tipo de sonidos que tuve que escuchar. No fue difícil encontrar la puerta de la que no salía ningún gemido. Era la última. En tiempos recientes he aprendido a utilizar la sutileza, la manejo con más soltura que antes, así que abrí la puerta en lugar de derribarla.
Lo que encontré dentro me hizo vomitar. Ni siquiera puedo describir lo que vi, porque no sé lo que era. Pero el tipo asqueroso ese estaba en medio, eso sí, sin su disfraz. Se lanzó hacia mí con una furia bestial, traté de esquivarlo, pero su patada me golpeó en el brazo. El dolor era terrible, y el ser salió por la ventana a una velocidad casi sobrehumana. Traté de seguirle, pero a duras penas conseguí salir por la ventana. El dolor me traía recuerdos de mi niñez. O al menos eso pensé, porque siendo adulto no recordaba que me hubiera dolido nunca nada. Descendí por el tejado a la calle, pero no había rastro de que alguien hubiera pasado por allí. Lord Porkemort me había derrotado. Una derrota no hace daño. Una patada sí, según sabía ahora. Pero al menos aprendí una cosa. Sigue siendo mejor golpear primero.
Un prostíbulo es un sitio de mafiosos. En esta ciudad al menos no hay ninguno que no esté regentado por un tipo al que aplastaría de un manotazo. Un villano viviendo en un prostíbulo es como un superhéroe viviendo en el pentágono. Un jodido anacronismo. Es como ir a pescar truchas a un vivero. Pero es lo que ha tocado esta vez.
Según los informes de nuestro insigne servicio de inteligencia, Lord Porkemort ha conseguido, sabe dios como, hacerse con un cuarto de esos que se utilizan en los lupanares para actos impúdicos. Lo que no hemos conseguido saber es cómo ni por qué, algo que sin duda hubiera resultado útil.
Lo primero que hay que hacer cuando se llega a un sitio, es entrar. Mi aspecto físico no me permite pasar desapercibido fácilmente, así que, como ya esperaba, todo el mundo se me quedó mirando cuando entré en Chica’s. Ese era el nombre del club. Inmediatamente un par de chicas, mujeres, seres humanos de sexo femenino se acercaron a mí. Tuve que esquivarlas con habilidad. Me acerqué a la barra y pedí un zumo exótico. El barman me preguntó que con qué licor quería mezclarlo, y me costó que entendiera que no quería licor alguno. También me preguntó que con qué chica quería tomar algo. Puso una cara todavía más rara cuando le dije que con ninguna.
Después de un rato el zumo se terminó. Como no había conseguido el ánimo suficiente para entrar a buscar a mi hombre, pedí otro. Un hombre que estaba en la esquina de la barra con aspecto de cortar el bacalao por aquellos lares empezó a mirarme con cara de pocos amigos, supongo que porque no estaba consumiendo lo suficiente. Decidí acercarme a él.
- Buenas tardes.
- ¿Es que no le gustan mis chicas?
- No es eso, es que estoy de servicio.
- ¿Cómo? ¿Eres un madero? – El hombre puso cara de alarma y miró a dos de sus matones. Tuve que reaccionar, porque ahora mismo la misión exigía discreción.
- No perdón. Era una forma de hablar. No me he expresado bien.
- Ah. Bueno. – El hombre miró con más tranquilidad a sus gorilas y la cosa pareció tranquilizarse.
- Estoy buscando a un amigo.
- ¿Ah sí? ¿Y cómo se llama su amigo?
- No estoy seguro de que usted le conozca por su nombre.
- Haga la prueba.
- Mi amigo sale por las noches vestido de negro, con una capa y un antifaz, y lleva un simbolito con tres círculos en el pecho.
- Que amigo tan raro. No le conozco.
- Pues a mi me han dicho que vive aquí. – En este punto el hombre pareció incomodarse. Otra mirada a sus fornidos camaradas ocultos en la oscuridad del local. Al parecer esto no iba a ser zumo, coser y cantar. Una gilipollez como que somos del mismo pueblo no iba a colar, así que traté de ponerme serio y tirar por algo no muy grave. – Me debe dinero.
- ¿Ese amigo tan raro que usted me ha descrito le debe dinero?
- Sí.
- Pues a mi no me parece que le deba dinero.
Mierda. Me va a tocar trompar antes de tiempo. Y eso implica que el malo se va a escapar antes de tiempo. A mi no me gusta pegar. Pegar sólo es un instrumento que utilizo en última instancia, lo que ocurre es que la gente no se da cuenta hasta el último momento de que no tiene nada que hacer. Y ese último momento suele venir generalmente después de que les haya golpeado. En algunos casos, en repetidas ocasiones. Hay que rebajar la tensión.
- Disculpe ¿dónde están los lavabos?
- ¿Qué? Escucha amigo, te aconsejo que te marches ahora, sin hacer mucho ruido. – No me quedó más remedio que levantarme y buscar el servicio por mis propios medios, pero un gordo bigotudo se interpuso en mi camino.
- Tío, te han dicho que te largues. ¿Es que no lo has oído? – El tipo tenía cierta cara chulesca, el tipo de cara chulesca de un señor que roba la merienda a los niños en el recreo. Hay que hacer algo con ese tipo de señores.
- Sí, ahora. – Utilicé con él una vieja llave que aprendí cuando era joven. Con sólo tocarle el hombro generé en él tal dolor que no pudo moverse del sitio. Se quedó clavado, gimiendo, en el lugar en el que estaba.
Afortunadamente camino de los servicios había una escalera que subía al piso de arriba, así que decidí no demorarme. Lo más probable es que al salir del baño me estuvieran esperando, así que aproveché el factor dolor-sorpresa. La fauna que encontré en el primer piso me recordó en qué tipo de lugar me encontraba, y por supuesto, no hay ni que mencionar el tipo de sonidos que tuve que escuchar. No fue difícil encontrar la puerta de la que no salía ningún gemido. Era la última. En tiempos recientes he aprendido a utilizar la sutileza, la manejo con más soltura que antes, así que abrí la puerta en lugar de derribarla.
Lo que encontré dentro me hizo vomitar. Ni siquiera puedo describir lo que vi, porque no sé lo que era. Pero el tipo asqueroso ese estaba en medio, eso sí, sin su disfraz. Se lanzó hacia mí con una furia bestial, traté de esquivarlo, pero su patada me golpeó en el brazo. El dolor era terrible, y el ser salió por la ventana a una velocidad casi sobrehumana. Traté de seguirle, pero a duras penas conseguí salir por la ventana. El dolor me traía recuerdos de mi niñez. O al menos eso pensé, porque siendo adulto no recordaba que me hubiera dolido nunca nada. Descendí por el tejado a la calle, pero no había rastro de que alguien hubiera pasado por allí. Lord Porkemort me había derrotado. Una derrota no hace daño. Una patada sí, según sabía ahora. Pero al menos aprendí una cosa. Sigue siendo mejor golpear primero.
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