¡Pues es lo que faltaba!

miércoles, diciembre 07, 2005

Por un puñado de estalactitas

Granger sabía que aquel día no saldría el sol. No era una de esas sensaciones negativas que hacen a uno pensar que el pesimismo propio va a oscurecerle la vida, no, era la certeza absoluta de quien sabe que horas antes ha sustraído el sol. No, ese día no habría día. Para el resto del mundo puede parecer un sinsentido la posibilidad de sustraer un cuerpo celeste cuya temperatura ronda los millones de grados sin que nadie se de cuenta hasta pasadas algunas horas, no obstante, Granger es un tipo digamos peculiar, no se pliega necesariamente a las leyes de la física. Los primeros en percatarse de la anomalía fueron unos pescadores melanesios, que esperaban al amanecer para comenzar su jornada laboral, y que ante la aparente parsimonia mostrada por el astro rey decidieron aventurarse haciéndose al mar en penumbra, desoyendo a los ancianos del lugar. Fueron sepultados por un tsunami.

Pero esto nos desvía de lo que realmente nos interesa que no es otra cosa que el dilema que producirá el acto de latrocinio citado. No todo el mundo fue consciente en un primer momento, hubo quien sencillamente durmió mucho ante la obviedad de que no había acabado la noche. Algunos de ellos se levantaron días después con un fuerte dolor de cabeza y otros sin más, murieron aplastados por el peso de sus propias legañas. Pero quién atendió a la llamada de su insensible despertador, quienes como cualquier otro “día” se hicieron arriba con la intención de atender sus quehaceres cotidianos, no vieron nada. No vieron nada porque como era de noche y el alumbrado público está programado para apagarse a cierta hora, la cale estaba completamente a oscuras.

La mayoría de la gente decidió salir sin más, movidos por la curiosidad, para saber qué ocurría, intentando desarrollar el día de la forma más natural posible a pesar de la extraña situación. Los siguientes días no sucedió nada anormal (nada fuera de la anormalidad), las personas acudían a sus trabajos y los científicos salían de sus catacumbas intentando dar con la explicación a la negrura y de paso intentando también obtener algo de notoriedad, aunque nadie daba con la solución, y los vegetales lo notaron. Los japoneses también y pronto sacaron un mini sol electrónico de bolsillo para plantas y personas, pero el precio se disparó.

Las televisiones llenaron sus parrillas bien de series que mostraban un luminoso mundo, bien de debates aburridos con expertos que trataban las causas y consecuencias del desastre. Se hizo hincapié en la lógica necesidad de aumentar la producción de electricidad ante el flagrante aumento del consumo energético, que ya había dado varios sustos a lo largo y ancho del mundo. En África vivían felices. Hubo quienes propusieron transformar los paneles solares en aspas para aerogeneradores, pero sufrieron un lamentable escarnio público. Los paneles solares se convirtieron en un mal negocio y el desarrollo de la energía solar dio visos de ser una ciencia estéril.

Paralelamente el gobierno y el ejército de los EEUU desarrollaron contra el reloj el plan Ave Fénix que consistía en enviar una patrulla espacial en busca el sol y una expedición llamada Magallanes a Alpha-Centauri a traer al Sistema Solar una de las estrellas del sistema. Como consecuencia el déficit público se incrementó enormemente y los demócratas ganaron las elecciones. Además, no tuvieron éxito, aunque ellos siempre pensaran que sí.

Muchas sectas afirmaron llevar tiempo advirtiendo de la inminencia del apagón, pero como se suicidaron masivamente nunca tuvieron la oportunidad de demostrar su aseveración. Las religiones mayoritarias se tomaron el problema de formas diversas. Hubo algunas que dogmatizaron el suceso y ofrecieron una explicación confusa que algunos tildaron de paranoica y otros de incomprensible, mientras que otros sin más la aceptaron. Otras religiones prefirieron obviar la noche y siguieron como si nada hubiese ocurrido, previo donativo, demostrando una gran sabiduría.

Los gobiernos… continuaron siendo gobiernos inoperantes. El verdadero motor político fueron las asociaciones de vecinos y los hogares de jubilados. La ONU se mostró ineficaz. Los torneos de golf se suspendieron. Empezó a hacer frío en la calle, lo cual repercutió positivamente en la industria del abrigo. Algún periodista incauto decidió que la frase de moda atribuible indiscutiblemente a él debía ser “¿Quién nos ha robado el sol?”, y este infausto hecho motivó una esperpéntica caza de brujas que comenzó con la desconfianza sobre el vecino y acabó con grandes redadas y gente colgada de un pie acusada de haber robado el sol. Era la ley de las asociaciones de vecinos. Se acusó a algunas personas de tener una casa “extrañamente soleada por dentro”. Resultó que los focos halógenos fueron una mala elección para ciertas personas. De cualquier forma estos fueron hechos aislados, la mayoría de la gente se tomó peor el asunto. No más barbacoas, no más días de playa, no más cervecitas al sol, fue más de lo que la mayoría pudo aguantar. Los psicólogos comenzaron a necesitar metapsicólogos para tratar sus propios problemas por lo que se volvieron inútiles para una sociedad ávida de comprensión. Fueron liquidados. Las focas se congelaron, los pingüinos también. Las televisiones se plagaron de reality shows de escasa calidad, y la mayoría de eventos al aire libre se suspendieron. No hay ni que decir que el fútbol causó problemas. La razón fue la falta de luz, pero a nadie engaña, el hecho de que nadie fuera a ellos y que la mayor parte de los partidos concluyeran en el minuto 15 debido al frío fueron los verdaderos motivos. Pero a los no asistentes no les importó, se enfurecieron igualmente. La policía intervino y España ganó el mundial (justo antes de que se suspendiera).

Como nota social, cabe destacar que Las Vegas dejó de ser lo que era, ya que el fío congeló las pantallas de cristal líquido por lo que el aspecto general que ofrecía era digamos que desangelado. Una pena.

Los ricos, conscientes de su poder y su superioridad, decidieron adoptar esquimales y traerlos a sus mansiones para que les enseñaran su modo de vida, en prevención de un futuro pasado por hielo, pero lamentablemente muchos de los recién traídos fallecieron electrocutados o bien de alguna otra forma de inadaptación social. Las escaleras heladas resultan muy traicioneras. Fueron muchos los retos que exigía acostumbrarse a una glaciación contemporánea, ya que para empezar casi todos los artilugios fruto de la tecnología, vanguardia de la era tecnológica, cosas del destino, resultaron ser sensibles a brutales cambios de temperatura. Incluidos los diseñados específicamente para el frío, que a pesar de lo que podría parecer coherente, nunca fueron probados en frío, por lo que el resultado real se asemejó al de la unificación europea. Los ordenadores tampoco funcionaban en general.

La comunicación se hizo dificultosa ya que entre otras cosas los aviones no volaban, evidentemente los reactores, como cualquier otro motor, no funcionaban a temperaturas inferiores a la del punto de solidificación de su combustible, y pocos eran los barcos que se aventuraban en un mar de icebergs. Realmente, no eran los barcos los que ponían los peros, sino sus capitanes, como es lógico. Es aplicable el mismo principio de los aviones a los coches y transporte por carretera en general. Tan solo algunos transportes eléctricos subsistían en régimen de racionamiento debido a la necesidad de ahorro energético, pero excepto en la India los trenes no estaban capacitados para soportar tal afluencia de pasajeros.

Pero de entre todas las cosas raras, una de las más llamativas fue el hecho de que las protectoras de animales no opusieran casi ninguna resistencia a la ley que convertía a cualquier animal en materia prima para abrigos. Bien es cierto que estaban, como cualquier hijo de vecino, muertos de frío, pero igual que en caso de necesidad un político no pierde sus ideales y sigue expoliando y ejerciendo la corrupción, un verde debe seguir amando a los animales por encima de su propia congelación. Lo cierto es que se demostró que el protocolo de Kyoto fue un absoluto error, colocando en el lugar de la historia que según ellos les correspondía a los mesiánicos líderes que habían decidido incumplirlo. Los gases invernadero fueron bienvenidos y esparcidos a diestro y siniestro, pero realmente a lo único que aspiraban era a mantener el frió, nada más.

Y fue entonces, cuando la destrucción y el descontrol dejaban paso al fin, cuando Granger decidió liberar al sol. Lo hizo de golpe, a las siete de la tarde (en alguna zona horaria eran las siete de la tarde), cuando el astro rey volvió situarse, como si tal cosa, en el lugar que había ocupado, con la misma energía que había poseído, y sin que las órbitas de sus planetas se hubieran percatado de su ausencia. Lo devolvió sin mayor explicación, sin decir que había sido él, sin ni siquiera percatarse de lo que había ocurrido. Y es que al fin y al cabo, aquel día, la piscina climatizada de su vecino, en su lujosa urbanización, se había congelado.

(Publicado el 28 de noviembre de 2003)