Apeman begins
El cansancio comenzaba ya a hacer mella en todos aquella calurosa tarde de diciembre durante la clase del telemático pero simpático profesor de interunión de sistemas aperturistas, la concurrencia esperaba ansiosa una humorística intervención para así poder hacer frente a la brumosa temática redil. Las transparencias caían una tras otra lentamente derritiendo las retinas de cuantos aun eran capaces de concentrarse en la pantalla, el resto, se perdían en vagos pensamientos incoherentes y difusos o bien comentaban sigilosamente con su compañero alguna absurda anécdota cuya mayor transcendencia sería ignorada por un subnormal. Todas y cada una de las moléculas de la clase se movían formando un círculo en el más antrópico de los regímenes estacionarios creando una ingente energía inercial masiva que el CERN, una mierda al lado suyo. Todo esto estaba empezando a afectar a los glóbulos rojos, y es que es bien sabido que el síndrome hipohemoglobínico se produce cuando grandes cantidades de masa le entran a uno por detrás sin darte cuenta. Los cactus germinaban. Cuando la situación parecía ya irremediable (salvo fin repentino de la clase o descanso espontáneo e inesperado) un rugido se alzó desde lo más profundo del tendido. Una voz sobrehumana, prehistórica, pleistocénica salió de una pétrea garganta que hizo retumbar todas las notas musicales y todos sus acordes armónicos (en notable disonancia) con tal furor que fue y será registrado por sismógrafos de todas las civilizaciones a lo largo y ancho del espacio y el tiempo hasta que las leyes de la física cambien e impidan la propagación del sonido. Además hizo eco. Las moléculas, en perfecta armonía cíclica hasta entonces huyeron despavoridas hacia todos los lados, escapando por dimensiones desconocidas para los no teóricos o lunáticos. El caos que durante diecisiete nanosegundos reinó entre los presentes se detuvo en cuanto las miradas se volvieron hacia atrás y contemplaron a un ser de aspecto simiesco y mirada perdida o tal vez fija en ninguna parte, pero concentrada y aterradora erguido como sólo un bruto o un gorila saben erguirse, es decir, formando sesenta grados con la horizontal a partir de la mitad de la espalda. Sus brazos colgantes y arqueados y su prominente mochila además de su mal afeitado le conferían un aspecto aun más siniestro, si cabe, que el de un ornitorrinco negro con colmillos y chándal. Hubo hembras que, conscientes de su también simiesco aspecto sintieron como la masculinidad de la que fueron genéticamente desposeídas les oprimía en la garganta como si un enfermo de párkinson les estuviera aplicando el garrote vil. Ante la total falta de reacción de los presentes, debida a la electromigración en las células nerviosas tal vez, o a que la adrenalina se había congelado en algún lugar de los blanditos organismos, el ser bufó por última vez (por el momento) y con los brazos extendidos se lanzó velozmente escaleras abajo dando grandes zancadas con sus enormes piernas. La estruendosa bajada, que parecía acompañada de las salvas de seiscientos millones de cañones de artillería, fue obstaculizada por numerosas mochilas que fueron demolidas y reducidas a despojos en un instante. Una vez en la parte más baja, donde el camino torna a la derecha para enfilar la salida, cosa que cualquier individuo con dos dedos de frente hubiera hecho, la lógica abandonó al monstruoso ente, si es que alguna vez dispuso de ella (es de suponer que en electrónica digital sí, ya que esta asignatura realmente debiera llamarse lógica digital) y fue a estrellar su cabeza contra la pizarra, tal vez en un intento por plasmar en ella toda la sabiduría contenida en su mente, o tal vez no. Una vez sacudido cual perro pulgoso recién bañado y contemplar el ominoso destrozo causado (en la pared) darse a la fuga debió ser la idea que prevaleció en él (como quedó inmediatamente demostrado por sus actos) y salió atravesando al tercer intento la puerta, que lamentablemente se encontraba cerrada, y que en el más estricto sentido lo seguía tras la salida. Cuentan algunos que esto nunca sucedió, pero lo cierto es que cuando las noches son húmedas y las estrellas vienen dadas, algunos borrachos oyen voces grotescas que parecen provenir de lugares oscuros en las que parecen oírse los lamentos de un simio con dolor de cabeza.
(publicado el 6 de diciembre de 2003)
(publicado el 6 de diciembre de 2003)
1 Comments:
Uno de mis favoritos, lo que se dice un jodido clásico.
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Anónimo, a las 7/12/05 13:00
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