¡Pues es lo que faltaba!

jueves, diciembre 29, 2005

Año Zerro

La vida transcurría de forma pacífica en la aldea de Turmantas, en la estepa Lituana. Los campesinos vivían de lo que la tierra les daba y de sus animales, rebaños de renos sobre todo. Lo cierto es que la vida era apacible, salvo durante las infrecuentes tormentas de hielo, que cuando se cargaban de agua en el mar y cruzaban las laderas de cristal, escupían carambanos afilados como cuchillos. Durante esas tormentas era mejor que uno estuviera a buen recaudo, de lo contrario, bien podía acabar mal.

Fue una mañana de invierno, cuando Petrof, el hijo de Yuri, un campesino que vivía en una hacienda a unos cuarenta kilómetros al este de la aldea apareció ensangrentado y sin apenas fuerzas. Tras caminar toda esa distancia herido y en plena noche invernal, cuando llegó a la plaza se derrumbó y quienes se encontraban allí acudieron a socorrerle. Poco pudieron hacer por él, que sin embargo, antes de sucumbir, en sus últimos estertores, consiguió decir una única palabra: "gorrinos". Tan sólo los más ancianos entendieron lo que el jovenzuelo, ya muerto, había dicho, y el más anciano de todos, el sabio Rudas, puso cara de estar pensando "es lo que me temía, la historia que contaba mi abuelo era cierta, han vuelto, y yo aún estoy vivo, que mala suerte".

Inmediatamente, todos los varones de la aldea se reunieron en una asamblea en la que el anciano contó una historia que hubiera provocado la risa si no acabaran de ver los mordiscos que el pobre Petrof tenía. Rudas, contó como una temible raza de Cerdos salvajes de la estepa, seres inteligentes, impíos, crueles y despiadados, había acechado aquellas tierras durante años, hasta que hacía más de un siglo, el heroico Itchkin el Valiente los derrotó en el lodazal de Paritosky, tras matar al su lider Oinkgénidas el Destructor, expulsándolos a las gélidas llanuras del Drakartvarado. Pero antes de huir, los cerdos juraron venganza para su lider, cuyo cadáver llevaron a lomos, quien sabe para practicar qué oscuro rito.

Era más que evidente que la pobre granja de Yuri había sido atacada por un nuevo ejército de puercos salvajes, que ahora estarían descansando para atacar cuanto antes la aldea. Era pues urgente establecer las defensas. Rudas nombró a los dos hombres más fuertes, Lucius y Mijail, generales, y les encargó preparar una táctica para defender el pueblo.

- Pero, señor Rudas, ¿cuándo atacarán la aldea? No sabemos nada de ellos.
- Cuándo atacarán la aldea un misterio es, mi amigo.
- ¿Por qué hablais tan raro, señor?
- La granja está a cuarenta kilómetros - dijo Mijail - Al final de la trade partirán, y para bien entrada la noche, ya estarán aquí. Atacarán al amanecer.
- Equivocado estás, mi joven Mijail.
- ¿Por qué, mi señor Rudas?
- Porque eso lo que ellos esperan que pensemos es, y porque lo que un hombre haría es. Pero hombres no son, cerdos sino. Y haremos lo que no esperan que esperemos que hagamos, sino lo que esperamos que esperan que ellos hagan.
- ¿Cómo?
- Tú házlo y calla.
- Pero ¿el qué?
- Atacarán de noche, so memo.

Todo ser humano capaz de sostener un arma en sus manos fue llamado a filas y colaboró a levantar una empalizada y un muro de piedras. Las armas eran escasas, viejos fusiles, espadas oxidadas, horcas, hoces y martillos para apenas doscientos soldados, contando niños y ancianos. Envueltos ya por la oscuridad de la noche, y bajo una intensa lluvia, esperaban en las trincheras cubiertos de barro, cuando llegaron los informadores de la avanzadilla que Lucius había envíado, trayendo noticias sobre el enemigo.

"Ya están aquí, a tres kilómetros. Son muchos, más de quinientos, por lo menos, son fuertes, y están bien provistos de colmillos y premolares. Nos infiltramos entre ellos, y no nos reconocieron, gracias a ello sabemos que tienen un líder, pero no hemos podido oir bien su nombre, porque no nos quisimos acercar a él demasiado, temimos que se dieran cuenta de que no éramos cerdos."

A las dos de la madrugada, el ejército puerco llegó a las afueras del pueblo, y establecieron contacto con las defensas de la aldea. Lanzaron una primera oleada, sin esperar a descansar, pero encontraron una feroz resistencia que les hizo retroceder contando un gran número de bajas. Se reunieron en torno a su líder, Currín el Vengador, quién aleccionó a sus lechones de infantería. La tensión y la histeria hacían mella entre los aldeanos cuando una segunda carga, a las cuatro de la mañana, los sorprendió, esta vez mucho más furiosa y certera. Cochinos y hombres combatieron durante mucho tiempo, hasta que las primeras luces de la mañana iluminaron el campo de batalla. Lucius había caído en combate, y Rudas había sucumbido bajo las patas de la caballería gorrina. Tan sólo quedaba Mijail al mando cuando un porkikaze lanzado en catapulta lo aplastó. En ese momento de crísis, cuando los combatientes aldeanos estaban a punto de plegar en retirada, un chiquillo de doce años, el joven Tradas, que luchaba junto a su padre, y que había visto morir a Toto y a Ryan, dos de sus cuatro hermanos esa misma noche, dió un paso adelante, quitándose de en medio a dos cerdos de un puntapié y gritó con toda su fuerza "hold the liiiiiiiiiiineeeeeeee!!!!!!!". Inmediatamente, quienes se hallaban junto a él, recobraron el ánimo y siguieron golpeando con todas sus fuerzas.

Fue entonces cuando nació la leyenda. Tradas, asumió la responsabilidad de salvar a su pueblo, y se abrió paso con su espada de madera, pero sobre todo, a patadas, entre las líneas enemigas, hasta llegar a su general. Se plantó ante él, y sabiendo que era el destino quién debía decidir, Currín ordenó a sus oficiales que prosiguieran la lucha. "Este es mi destino, debo batirme con él, o los Cerdos nunca recuperaremos nuestra humana dignidad". El combate fue corto, Tradas sólo necesitó una patada en el corazón para que Currín cayese con estrépito.

Ante la muerte de su lider, los gorrinos empequeñecieron y comenzaron a ser aniquilados por los aldeanos. Algunos de ellos, huyeron en desbandada, pero fueron perseguidos hasta los confines de la estepa, y se dio muerte a todos y cada uno de ellos, por orden de Tradas el Matapuercos.

Así, Tradas, se convirtió en caudillo de su pueblo, y en héroe en su país, y lo ascendieron a general del ejército al día siguiente, cuando llegaron los refuerzos del gobierno.

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