Horror bajo la tarima
La hora era lo de menos, porque todas las horas son la misma cuando uno lleva tantas horas ante un libro de texto copiado. Llegado ese punto, el calor y el aburrimiento forman un engrudo abstracto que tupe los sentidos de todos los que moran en un lugar de estudio. Esto es algo que no todos conocen, tan sólo quienes se entregan al placer masoquista de la degustación cognoscitiva, y que quienes acuden a esos centros de exterminio de la cordura para satisfacer los deseos que sus hormonas sexuales provocan jamás conoceran.
Al principio no se percató nadie, era únicamente un ligero ronroneo felino apenas perceptible, por lo que ni quienes rumiaban fórmulas, ni quienes adoptaban atléticas posturas para atraer la atención sobre ellos mismos como si fueran personajes secundarios en películas de terror se dieron cuenta. Poco a poco, algunos comenzaron a sentir una extraña vibración bajo sus pies, como la producida por un cocodrilo reptando por el techo de la estancia inferior, separados sólo por una fina capa de madera, pero no prestaron atención, pues la impreriosa necesidad de continuar con sus quehaceres resultaba más agobiante.
De súbito, la quietud que reinaba en el ambiente se vio interrumpida por un estruendo ensordecedor equiparable a la explosión de mil millones de toneladas de dinamita en el interior de un submarino nuclear varado en la plaza de un pueblo, acompañado de una leve brisa que despeinó a aquellos cuyos cabellos poseían la longitud y la textura que hacen posible su balanceo.
Una gran nuve de polvo se extendía por el lugar, mientras las gargantas asmáticas de los más próximos tosían con frecuencias síncronas, sonando como una sinfonía a oídos del más absurdo de los idiotas carentes de oído musical. Los más inteligentes huyeron despavoridos, los más curiosos y los que se mantenían aferrados a sus asientos sobre un charco de líquido de micción permanecieron allí hasta que el polvo desapareció, y vieron un enorme montón de escombros y maderas destruidas. En el centro, emergía poderosa la figura de un ser de aspecto simiesco, que bufaba incoherentemente y se rascaba como si billones de minúsculos puercoespines se arrastraran por su cuerpo. El ser, ataviado con ropajes chandalescos, una negra y sucia mochila y unos auriculares, aparentemente no conectados a nada, profirió un grito desgarrador y multicolor, lleno de rabia, ira y con aliento a lacasitos, que resonó en ese lugar a lo largo del tiempo, incluso con efecto retroactivo.
Cuando el ser volvió a la realidad y miró desafiante a todos cuantos le observaban, comenzó a descender veloz y torpemente la pila de escombros, y se dirigió a la salida de la estancia sin esquivar cuanto se interponía ante él, arrastrando sillas y mesas, y pasando sobre quienes en su pavor, estaban paralizados, y no acertaban a retirarse del camino de la bestia.
Alcanzando ya la salida, apartó con sus poderosos brazos los utimos objetos, animados o no, que se interponían ante él y la aparente libertad. Cuando parecía dispuesto a salir, apareció en el umbral un individuo pintoresco. No se diferenciaba mucho de él, pero en su rostro había una muesca de inviolabilidad, de no haber sido expulsado jamás de ningun lugar, de saber como tratar a seres inferiores a él en el escalafón de la chandalería. Él llevaba el chandal negro, él podía dar las órdenes. Y habló. Y dijo: "No sé quien eres, pero no me puedes echar de aquí. Así que, vete."
Acto seguido, el ser gimió, se retorció, y emprendió la huida, dando una fuerte patada al individuo de negro chándal, que se golpeó contra la pared y quedó tendido en el suelo llevándose las manos al estómago, donde había sido agredido. Cuando los pasos del ser se perdieron en la lejanía, el héroe dijo en voz baja y dolorida "Podéis marcharos todos, yo permaneceré aquí, por si volviera a pelear".
Al principio no se percató nadie, era únicamente un ligero ronroneo felino apenas perceptible, por lo que ni quienes rumiaban fórmulas, ni quienes adoptaban atléticas posturas para atraer la atención sobre ellos mismos como si fueran personajes secundarios en películas de terror se dieron cuenta. Poco a poco, algunos comenzaron a sentir una extraña vibración bajo sus pies, como la producida por un cocodrilo reptando por el techo de la estancia inferior, separados sólo por una fina capa de madera, pero no prestaron atención, pues la impreriosa necesidad de continuar con sus quehaceres resultaba más agobiante.
De súbito, la quietud que reinaba en el ambiente se vio interrumpida por un estruendo ensordecedor equiparable a la explosión de mil millones de toneladas de dinamita en el interior de un submarino nuclear varado en la plaza de un pueblo, acompañado de una leve brisa que despeinó a aquellos cuyos cabellos poseían la longitud y la textura que hacen posible su balanceo.
Una gran nuve de polvo se extendía por el lugar, mientras las gargantas asmáticas de los más próximos tosían con frecuencias síncronas, sonando como una sinfonía a oídos del más absurdo de los idiotas carentes de oído musical. Los más inteligentes huyeron despavoridos, los más curiosos y los que se mantenían aferrados a sus asientos sobre un charco de líquido de micción permanecieron allí hasta que el polvo desapareció, y vieron un enorme montón de escombros y maderas destruidas. En el centro, emergía poderosa la figura de un ser de aspecto simiesco, que bufaba incoherentemente y se rascaba como si billones de minúsculos puercoespines se arrastraran por su cuerpo. El ser, ataviado con ropajes chandalescos, una negra y sucia mochila y unos auriculares, aparentemente no conectados a nada, profirió un grito desgarrador y multicolor, lleno de rabia, ira y con aliento a lacasitos, que resonó en ese lugar a lo largo del tiempo, incluso con efecto retroactivo.
Cuando el ser volvió a la realidad y miró desafiante a todos cuantos le observaban, comenzó a descender veloz y torpemente la pila de escombros, y se dirigió a la salida de la estancia sin esquivar cuanto se interponía ante él, arrastrando sillas y mesas, y pasando sobre quienes en su pavor, estaban paralizados, y no acertaban a retirarse del camino de la bestia.
Alcanzando ya la salida, apartó con sus poderosos brazos los utimos objetos, animados o no, que se interponían ante él y la aparente libertad. Cuando parecía dispuesto a salir, apareció en el umbral un individuo pintoresco. No se diferenciaba mucho de él, pero en su rostro había una muesca de inviolabilidad, de no haber sido expulsado jamás de ningun lugar, de saber como tratar a seres inferiores a él en el escalafón de la chandalería. Él llevaba el chandal negro, él podía dar las órdenes. Y habló. Y dijo: "No sé quien eres, pero no me puedes echar de aquí. Así que, vete."
Acto seguido, el ser gimió, se retorció, y emprendió la huida, dando una fuerte patada al individuo de negro chándal, que se golpeó contra la pared y quedó tendido en el suelo llevándose las manos al estómago, donde había sido agredido. Cuando los pasos del ser se perdieron en la lejanía, el héroe dijo en voz baja y dolorida "Podéis marcharos todos, yo permaneceré aquí, por si volviera a pelear".
3 Comments:
Sólo quien te conozca podrá comprenderlo. Incluso quien te conozca podría estar perdido en este momento, pero qué le vamos a hacer. La mera posibilidad de que esa historia pueda ser cierta algún día me hace sonreír malévolamente.
By J., a las 14/12/05 18:53
PERO POR FAVOR!!!! Un friki sabe degustar una frikez, aunque esté escrita en binario (diría que en ese caso les gustaría más). Además, mi estilo es tan inconfundible, que si un loco leyera esto ahora, sabría que lo he escrito yo... muahahahahaha, MUAHAHAHAHAHA cof cof cof.
By Svannen, a las 15/12/05 13:31
Simplemente genial. "Secuela" inesperada pero bienvenida.
By Anónimo, a las 15/12/05 15:38
Publicar un comentario
<< Home