El coronel Theodore Goodwill era un militar de los de antes, militar por los cuatro costados, por arriba, por abajo, por un lado y por el otro. Provenía de una familia de larga tradición, cuentan orgullosos que ya su antepasado Sir Edgar Goodwill decidió tomar partido por los sublevados en lugar de defender los intereses de la corona Británica, y que desde entonces todos sus descendientes habían pertenecido al ejército. De hecho, el propio sir Edgar provenía de una familia de larga tradición militar, por lo que estrictamente hablando, no se inició en él la tradición. En cualquier caso, Theodore, o Ted como era conocido por casi todo el mundo, incluidos muchos de sus subordinados, era un hombre educado por y para servir a su país en cualquier contingencia, salvaguardando los intereses del estado por encima de los suyos propios. Esto le convertía en un oficial eficaz y diligente a ojos de sus superiores, pero en un tipo molesto para todo aquel del entramado burocrático que pretendiera salirse un poco de la línea marcada por la ortodoxia y la rectitud.
El enorme compromiso con el cuerpo del que hacía gala, unido a cierta mala uva y ánimo de incordiar de algún burócrata, propició que tras la petición de un famoso actor realizada a la Secretaría de Defensa de acompañar a un oficial durante seis meses, con la intención de preparar un papel, un dedo le apuntase a él como guía instructor de actores temporal. Sobra decir que esto no causó gran regocijo al coronel, quién protestó enérgicamente dicha decisión, y que acató con resignación marcial tras ser derrotado en los despachos con dudosos argumentos. Por supuesto, todo el periodo de compañía forzosa transcurrió sin incidentes; la estrella se pegaba al coronel como una lapa, mientras éste trataba de poner todo tipo de excusas para ausentarse o lo enviaba a tareas monótonas con algún otro oficial bajo su mando, con la excusa de que era algo fundamental que debía aprender. Bueno, no exactamente sin incidentes, quince días antes de que finalizase el plazo, ocurrió algo que fue vagamente reflejado en la prensa, pero que dejó algunas preguntas sin responder.
Una mañana, el coronel partió en helicóptero, acompañado de su vodevilesco equipaje, rumbo a una base militar, aunque no quiso precisar nada más. Tras dos horas de vuelo y un rato de espera en una sala de armamento comiéndose unos Mars, alguien en algún lugar, abrió fuego contra algo, y se armó un jaleo terrible. Los soldados corrían por todas partes, disparando sin ton ni son, con un denominador común: todos vestían el mismo uniforme. El actor, que no por ello era tonto, entendió tras ver un par de cadáveres y unas cuantas vísceras desparramadas delante suyo, que aquello no era una fiesta de despedida ni un ejercicio de prácticas, y se puso a cubierto bajo un tanque, que afortunadamente estaba siendo reparado, por lo que fue el único que no llegó a arrancar ni a moverse. Cuando la cosa se ponía más fea, y los cañonazos empezaban a rondar el daño estructural grave en el edificio, empezó a ver volar a la gente. No sabía de qué bando eran, pero le parecía que se trataba de algunos soldados que había visto a las órdenes de Goodwill.
Tras poco más de veinte minutos, el ruido cesó y no se escucharon más disparos, por lo que decidió asomar un poco la cabeza de debajo del tanque. Lo que vio le sorprendió un tanto, atónito, miró como un soldado negro y enorme pasaba ante él indiferente. Súbitamente, como alertado de una presencia repentina, se detuvo, y miró sin vacilar ni un instante, dirigiendo su vista directamente hacia él. En una zancada y un leve movimiento de mano, se vio alzado en el aire contra un camión que había por allí.
- ¿Qué haces aquí?
- Yo, yo, yo, verá, vine aquí con el coronel Goodwill, estoy con él, él puede explicar lo que sea.
- Así que con Goodwill, eh… espera un momento, tú me suenas.
- Sí, con el coronel.
- Sí, tú eres Ethan Hunter, el espía de la CIA. Eres un asqueroso traidor, igual que Goodwill.
- ¿Eh? ¿Cómo? No, espere, yo no soy un traidor, no puede ser. Esepere ¡Yo no soy Ethan Hunter, yo soy Tom Cruis!
- No me engañaras con tus tretas de espía traidor.
- ¡No, espere!
Lo que vino a continuación fue detalladamente, aunque de forma fraccional, explicado en el informe oficial. Al coronel Goodwill se le fue la perola y decidió por cuenta propia que los burócratas y el alto mando se habían conchabado para derrocar al Gobierno de la Nación, por lo que decidió dar una especie de golpe de estado. Como en otras ocasiones en las que se desea un final rápido aunque no necesariamente no sangriento para una situación desagradable, llamaron a Termobucle, quien gustoso, puso fin a la peripecia bélica del coronel. Respecto a cierto actor, bueno, oficialmente nunca estuvo en aquel lugar. Un portavoz dijo que comentó algo de hacer un viaje, pero nunca dijo adonde.
Semanas más tarde
- Buenas, Termobucle. Te preguntarás por qué te hemos traído al Centro de Operaciones.
- Buenos días, general Dasnakoff. En efecto, eso precisamente me estaba preguntando. ¿Le importa que masque algo de pólvora?
- Oh, no. Adelante. Bien, tenemos que hablar… de lo que ocurrió la última vez.
- ¿Se refiere al actor? Fue una terrible equivocación. No debía haber estado en el campo de batalla.
- Sí, lo sé, además dijo que estaba con Goodwill. Y tú no tienes la culpa de confundir la realidad con la ficción. O bueno, tal vez sí. Pero lo cierto es que sucedió, le diste una paliza terrible y nos ha costado mucho trabajo que no saliera a la luz. Como es obvio su familia, su agente y algunas productoras han hecho molestas preguntas a la comisión de investigación. Pero con inteligencia y dinero, hemos conseguido desviar la atención. No obstante, nos ha venido bien en un sentido. Ahora, tenemos un nuevo agente para operaciones especiales. Termobucle, te presento a Robocruise.
- ¿Cómo?
Dasnakoff se apartó y extendió el brazo para dar paso a un hombre mitad humano mitad máquina, un animal cibernético que avanzaba con paso seguro, y que miraba al horizonte con su lente de amplio objetivo panorámico, ante la mirada sorprendida de Termobucle, que dejó caer el casquillo con la pólvora al suelo. El cyborg se detuvo, adoptó una pose chulesca, y dijo una única frase: garbitu Chicago.