El plan
Eran cerca de las tres y media de la mañana y seguíamos en la base aérea de Torrejón de Ardoz. El vuelo desde Bruselas arrastraba ya varias horas de retraso pero al fin vimos el aparato tomando tierra. La noche era oscura y aunque no hacía demasiado frío, debido a las prisas no llevaba más que una camisa por lo que tras varias horas en la zona de hangares empezaba a necesitar ponerme a resguardo. La pequeña sala de espera estaba cerrada y al parecer nadie disponía de llaves por lo que estuvimos un rato deambulando por el edificio anexo, donde había aparcados un par de jets, esquivando el material de mantenimiento que estaba por allí desperdigado. No entendía muy bien como la sala de espera estaba cerrada pero sí podíamos acceder a aquel recinto. El Secretario llevaba ya un buen rato enfadado por la demora, no es un hombre paciente y a pesar de que ya nos habían advertido de que tendríamos que esperar un buen rato su humor fue empeorando hasta terminar dando varias patadas a un cubo metálico que había junto a la puerta de servicio mientras maldecía en voz alta.
Cuando el avión se hubo parado descendieron por la escalerilla varias personas entre las que pudimos distinguirle por lo que el Secretario decidió que saliéramos a su encuentro en la pista.
- Buenas noches señor Ministro – pronunció el Secretario recuperando súbitamente la amabilidad.
- Ya no soy ministro, ya no soy estrictamente una mierda y tampoco son buenas las noches. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Y dónde está Mariano? Podía haber tenido la decencia de venir a recibirme ya que me ha interrumpido la juerga. – Tras una breve pausa su séquito comenzó a andar obligándonos a hablar mientras caminábamos hacia la salida.
- Vamos Miguel, no te enfades, sabes que ahora está muy ocupado.
- Pues para hacerme venir a estar horas no estaba ocupado. Primero me deja tirado y ahora me necesita en Madrid a las cuatro de la mañana. Así no hay quien viva.
- Estoy seguro de que te agradará su propuesta.
- ¿A sí? Pues vete al grano.
- Queremos que seas alcalde de Madrid.
- ¡No jodas! ¡Pero si casi me gana hasta el Pablo Motos ese en las europeas!
- No se llama… bueno da lo mismo. No te preocupes, tenemos un plan, te elegirán por mayoría, serás prácticamente un héroe.
- ¿Me vais a nombrar ministro de economía?
- No exactamente, queremos que acabes con el ébola.
- ¿Qué? ¡Os habéis vuelto locos! Yo no puedo hacer eso. Los virus no tienen sexo, no puedo acorralar a sus hembras intelectualmente y evitar que se reproduzcan. Hasta yo sé eso.
- No es ese el procedimiento. – Respondíó el Secretario con cara extrañada, sin comprender si lo decía en broma o en serio.
Llegado este punto de la conversación una de las secretarias de su séquito se acercó y le entregó un papel manuscrito y le susurró algo al oído. También le dio un paquete de M&Ms.
- Acaban de nombrarme cofrade de honor del costillar en Buenos Aires. – Anunció sin dejar de mirar el papel. – Siempre había soñado con este momento. No pensé que sucedería en una base aérea de madrugada. Supongo que lo de la hora es normal, allá estarán cenando.
- Es una excelente noticia. – Noté cierto tono de impaciencia, la fachada de amabilidad del Secretario se tambaleó durante un instante.
- Si no te gusta te jodes. – Añadió él, que sin duda percibió la ironía. - ¿Y cómo esperáis que lo haga?
- Queremos que te comas el virus.
- ¿Puedo hacer eso?
- Creemos que sí.
- ¿Y si me pasa algo? Me niego
- No te pasará nada.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque ya lo has comido
- ¿Qué?
- ¿Recuerdas aquel mono que te comiste hace tres semanas?
- Claro. Estaba un poco correoso.
- Lo preparamos todo.
- ¡Mierda! Ya me parecía que yo no le había pedido a mi secretaria que cambiara el buffet por un restaurante congoleño. Me habéis utilizado. Como siempre.
Esto es lo último que pude escuchar de la conversación, ya que en ese momento ambos se montaron en el coche oficial. Yo, tras cerrar las puertas, me dirigí al vehículo de atrás, me senté aterido, encendí un cigarrillo y dije al chofer: ya sabes adónde.
Cuando el avión se hubo parado descendieron por la escalerilla varias personas entre las que pudimos distinguirle por lo que el Secretario decidió que saliéramos a su encuentro en la pista.
- Buenas noches señor Ministro – pronunció el Secretario recuperando súbitamente la amabilidad.
- Ya no soy ministro, ya no soy estrictamente una mierda y tampoco son buenas las noches. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Y dónde está Mariano? Podía haber tenido la decencia de venir a recibirme ya que me ha interrumpido la juerga. – Tras una breve pausa su séquito comenzó a andar obligándonos a hablar mientras caminábamos hacia la salida.
- Vamos Miguel, no te enfades, sabes que ahora está muy ocupado.
- Pues para hacerme venir a estar horas no estaba ocupado. Primero me deja tirado y ahora me necesita en Madrid a las cuatro de la mañana. Así no hay quien viva.
- Estoy seguro de que te agradará su propuesta.
- ¿A sí? Pues vete al grano.
- Queremos que seas alcalde de Madrid.
- ¡No jodas! ¡Pero si casi me gana hasta el Pablo Motos ese en las europeas!
- No se llama… bueno da lo mismo. No te preocupes, tenemos un plan, te elegirán por mayoría, serás prácticamente un héroe.
- ¿Me vais a nombrar ministro de economía?
- No exactamente, queremos que acabes con el ébola.
- ¿Qué? ¡Os habéis vuelto locos! Yo no puedo hacer eso. Los virus no tienen sexo, no puedo acorralar a sus hembras intelectualmente y evitar que se reproduzcan. Hasta yo sé eso.
- No es ese el procedimiento. – Respondíó el Secretario con cara extrañada, sin comprender si lo decía en broma o en serio.
Llegado este punto de la conversación una de las secretarias de su séquito se acercó y le entregó un papel manuscrito y le susurró algo al oído. También le dio un paquete de M&Ms.
- Acaban de nombrarme cofrade de honor del costillar en Buenos Aires. – Anunció sin dejar de mirar el papel. – Siempre había soñado con este momento. No pensé que sucedería en una base aérea de madrugada. Supongo que lo de la hora es normal, allá estarán cenando.
- Es una excelente noticia. – Noté cierto tono de impaciencia, la fachada de amabilidad del Secretario se tambaleó durante un instante.
- Si no te gusta te jodes. – Añadió él, que sin duda percibió la ironía. - ¿Y cómo esperáis que lo haga?
- Queremos que te comas el virus.
- ¿Puedo hacer eso?
- Creemos que sí.
- ¿Y si me pasa algo? Me niego
- No te pasará nada.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque ya lo has comido
- ¿Qué?
- ¿Recuerdas aquel mono que te comiste hace tres semanas?
- Claro. Estaba un poco correoso.
- Lo preparamos todo.
- ¡Mierda! Ya me parecía que yo no le había pedido a mi secretaria que cambiara el buffet por un restaurante congoleño. Me habéis utilizado. Como siempre.
Esto es lo último que pude escuchar de la conversación, ya que en ese momento ambos se montaron en el coche oficial. Yo, tras cerrar las puertas, me dirigí al vehículo de atrás, me senté aterido, encendí un cigarrillo y dije al chofer: ya sabes adónde.