Encuentros
Buenos días. Comenzaré presentándome. Mi nombre es Elodie Goto Etiqueta, y soy belga. Eso quiere decir que nací en Bélgica, pero nada más. En realidad, he vivido toda mi vida de aquí para allá, ciertamente, he tenido más de diez residencias distintas, tres pasaportes y un sinfín de aventuras en los lugares más remotos del globo. Vamos, que nunca me he sentido muy belga, como comprenderán. Debido a mi trabajo, siempre he estado dispuesta a ir donde fuera requerida, bastaba con decir mi nombre, y allí iba yo, de un salto.
Pero no hablemos de trabajo, es algo tedioso, y no pretendo resultar un incordio. La cuestión es que hace más de un año que he fijado mi residencia en Londres, y he aprendido a apreciar los placeres de permanecer en un mismo sitio durante un tiempo. Ahora soy consciente del placer de rebuscar entre los viejos mercados de artesanías, y me pierdo por la ciudad, deambulando entre callejuelas olvidadas, y por supuesto no mencionadas en guía turística alguna.
En esos paseos, largos y relajantes, en los que se puede llegar a oír el latido de la misma ciudad, he conocido multitud de gente, personas que no ven nada de maravilloso en su entorno, pues han permanecido en él toda su vida, y no lo observan a través de los ojos de quien tiene algo ante sí por primera vez. Es por eso, que sé reconocer, a quienes como yo, son extranjeros en esos lugares, pues en su semblante se percibe la admiración que la escena le causa en su interior.
Fue un día como otro cualquiera, no era soleado, pero tampoco llovía ni hacía frío. Caminaba por una calle estrecha, y vi a lo lejos una figura oscura mirando hacia el tejado de madera de la casa que había a mi izquierda. Continué andando hacia allí, sin dejar de contemplar lo que me rodeaba, pues una persona en mitad de la calle, no era algo inquietante, sino más bien usual. Cuando estaba lo suficientemente cerca como para distinguir los detalles de su ropa, me percaté de que estaba rodeado por una capa negra, y de que su cabeza estaba cubierta por una especie de gorro que ocultaba también sus ojos.
Aminoré mi marcha y me acerqué a él, que permanecía inmóvil mirando al tejado, por lo que yo también, presa de la curiosidad, me detuve a observar el alero. El edificio no era especialmente bello, una construcción común, como tantas otras en aquel barrio, eso sí, antiguo, pero nada que mereciera tanta atención. Tras unos instantes, decidí preguntarle qué miraba, si acaso conocía algún tesoro oculto a mi vista, aficionada tan solo a las artes arquitectónicas. Únicamente obtuve silencio por respuesta. Como es lógico, esperé cortésmente a que mi pregunta fuera digerida, pero cuando tuve la certeza de que no iba a contestar, como buena ciudadana, quise saber si le sucedía algo, acercándome a él. Supongo que me acerqué demasiado, y el alargó su brazo izquierdo, y estiró su mano ordenando que me detuviera, a la vez que bajaba la vista al suelo, y decía, con una voz grave, profunda, seca un claro y aterrador “no”.
Me detuve al instante, y le pedí disculpas, retomando inmediatamente mi paso. Me alejé de allí lo más rápido que pude, sin llegar a correr. Al poco de haber comenzado a andar, mire hacia atrás. No habrían pasado ni diez segundos, pero ya no estaba allí. No había oído pasos, la calle era larga y no había podido llegar al final, no había cruces, y por mi lado no pasó. Tampoco oí puertas, ni había ninguna abierta. No tenía miedo, pero su voz me había perturbado.Tal vez no fue su voz, sino su gesto, o su atuendo. Vestía de negro, completamente, y llevaba una figura. Cuando alargó su brazo, lo pude ver, en su pecho llevaba dibujados tres círculos. Era como el hocico de un cerdo, y me hizo sentir extraña. Durante días pensé en aquel encuentro, pero no fui capaz de entender bien lo sucedido. Entonces no lo sabía, no lo comprendí hasta mucho después. Aquel fue mi primer encuentro con Él, la primera vez que vi a Lord Porkemort.