¡Pues es lo que faltaba!

miércoles, octubre 08, 2014

El plan

Eran cerca de las tres y media de la mañana y seguíamos en la base aérea de Torrejón de Ardoz. El vuelo desde Bruselas arrastraba ya varias horas de retraso pero al fin vimos el aparato tomando tierra. La noche era oscura y aunque no hacía demasiado frío, debido a las prisas no llevaba más que una camisa por lo que tras varias horas en la zona de hangares empezaba a necesitar ponerme a resguardo. La pequeña sala de espera estaba cerrada y al parecer nadie disponía de llaves por lo que estuvimos un rato deambulando por el edificio anexo, donde había aparcados un par de jets, esquivando el material de mantenimiento que estaba por allí desperdigado. No entendía muy bien como la sala de espera estaba cerrada pero sí podíamos acceder a aquel recinto. El Secretario llevaba ya un buen rato enfadado por la demora, no es un hombre paciente y a pesar de que ya nos habían advertido de que tendríamos que esperar un buen rato su humor fue empeorando hasta terminar dando varias patadas a un cubo metálico que había junto a la puerta de servicio mientras maldecía en voz alta.

Cuando el avión se hubo parado descendieron por la escalerilla varias personas entre las que pudimos distinguirle por lo que el Secretario decidió que saliéramos a su encuentro en la pista.

- Buenas noches señor Ministro – pronunció el Secretario recuperando súbitamente la amabilidad.
- Ya no soy ministro, ya no soy estrictamente una mierda y tampoco son buenas las noches. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Y dónde está Mariano? Podía haber tenido la decencia de venir a recibirme ya que me ha interrumpido la juerga. – Tras una breve pausa su séquito comenzó a andar obligándonos a hablar mientras caminábamos hacia la salida.
- Vamos Miguel, no te enfades, sabes que ahora está muy ocupado.
- Pues para hacerme venir a estar horas no estaba ocupado. Primero me deja tirado y ahora me necesita en Madrid a las cuatro de la mañana. Así no hay quien viva.
- Estoy seguro de que te agradará su propuesta.
- ¿A sí? Pues vete al grano.
- Queremos que seas alcalde de Madrid.
- ¡No jodas! ¡Pero si casi me gana hasta el Pablo Motos ese en las europeas!
- No se llama… bueno da lo mismo. No te preocupes, tenemos un plan, te elegirán por mayoría, serás prácticamente un héroe.
- ¿Me vais a nombrar ministro de economía?
- No exactamente, queremos que acabes con el ébola.
- ¿Qué? ¡Os habéis vuelto locos! Yo no puedo hacer eso. Los virus no tienen sexo, no puedo acorralar a sus hembras intelectualmente y evitar que se reproduzcan. Hasta yo sé eso.
- No es ese el procedimiento. – Respondíó el Secretario con cara extrañada, sin comprender si lo decía en broma o en serio.

Llegado este punto de la conversación una de las secretarias de su séquito se acercó y le entregó un papel manuscrito y le susurró algo al oído. También le dio un paquete de M&Ms.

- Acaban de nombrarme cofrade de honor del costillar en Buenos Aires. – Anunció sin dejar de mirar el papel. – Siempre había soñado con este momento. No pensé que sucedería en una base aérea de madrugada. Supongo que lo de la hora es normal, allá estarán cenando.
- Es una excelente noticia. – Noté cierto tono de impaciencia, la fachada de amabilidad del Secretario se tambaleó durante un instante.
- Si no te gusta te jodes. – Añadió él, que sin duda percibió la ironía. - ¿Y cómo esperáis que lo haga?
- Queremos que te comas el virus.
- ¿Puedo hacer eso?
- Creemos que sí.
- ¿Y si me pasa algo? Me niego
- No te pasará nada.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque ya lo has comido
- ¿Qué?
- ¿Recuerdas aquel mono que te comiste hace tres semanas?
- Claro. Estaba un poco correoso.
- Lo preparamos todo.
- ¡Mierda! Ya me parecía que yo no le había pedido a mi secretaria que cambiara el buffet por un restaurante congoleño. Me habéis utilizado. Como siempre.

Esto es lo último que pude escuchar de la conversación, ya que en ese momento ambos se montaron en el coche oficial. Yo, tras cerrar las puertas, me dirigí al vehículo de atrás, me senté aterido, encendí un cigarrillo y dije al chofer: ya sabes adónde.

domingo, enero 31, 2010

Interludio: El crimen

En la noche profunda, los ventanales del sótano golpeaban de forma arrítmica con estruendo. La lluvia caía sin cesar y provocaba toda la variedad de sonidos a través de las cañerías que la encaminaban desde los tejados hasta las profundidades de las alcantarillas. La humedad se extendía por todas partes y tan sólo algunos destellos de relámpagos permitían ver algo de cuando en cuando. En el suelo, Tradas, inmóvil, despertaba de un largo sueño.

No sabía por qué volvía a despertarse así, tirado, sucio y húmedo. Desde hacía ya unos meses, cada pocas noches, perdía el conocimiento y volvía a la realidad así, sólo que vestido de negro, con un traje ridículo. Y en algún lugar del suelo junto a él, algo que no le pertenecía. En ocasiones no eran más que baratijas sin importancia. Otras veces encontraba algo extraño y caro. Más de una vez había descubierto sangre, y eso le asustaba. Le dolía un brazo, tenía una herida.

Se levantó a duras penas, se puso a cuatro patas, y cuando intentó erguirse pisó la capa negra, larga, que llevaba puesta, y acabó de nuevo sobre el suelo frío. A tientas, ya de pie, consiguió encontrar una pared, y poco a poco se guió hacia el interruptor más cercano. Con cuidado, lo accionó, ya que no sería la primera vez que la humedad y la electricidad, juntas, le jugaban una mala pasada, pero esta vez, la sorpresa, estaba reservada para después de que se encendiera la luz.

Un vistazo alrededor y una arcada incontenible volvieron a poner a cuatro patas a Tradas, que no pudo evitar vomitar en el suelo de su cocina. La dantesca visión que apreció al encender la luz fue sobrecogedora. Su cocina estaba llena de sangre. Había vísceras repartidas por encima de la mesa, y pedazos de un animal repartidos por distintos sitios. Pero supo de inmediato de qué se trataba, pues había trozos de pelo y un pedazo grande junto a la puerta. Era Drula, su perra. No sábía qué ni cómo había ocurrido, pero había despedazado a su perra en su propia cocina. No recordaba haberlo hecho, pero sabía que era así. Estaba lleno de sangre, sus manos estaban rojas. Miró a su brazo, y vió que su herida era una mordedura. La pobre Drula había intentado defenderse, pero no había sido capaz, la pobre probablemente ni siquiera se esperase un ataque así de su propio amo.

Cuando consiguió recuperar el aliento, volvió a levantarse, se quitó aquella repugnante ropa. Primero la capa, no llevaba nada en la cabeza, por lo que se quitó el calzado y el mono. Dejó tan solo su ropa interior, y vió que tenía varios golpes en el torso. Eso no podía ser obra de Drula. Sintió asco de nuevo y se dirigió a la puerta para limpiarse, mientras fuera el temporal arreciaba.

A cada paso sentía bajo sus pies la sangre, espesa y tibia ya, colándose entre sus dedos. No pudo reprimir el asco y cerró los ojos enfilándose hacia la salida. Volvió a mirar justo cuando alcanzó la puerta y miró hacia atrás pretendiendo que todo aquello hubiera desaparecido, pero sus pesares no hicieron más que confirmarse, cuando tropezó con una bolsa en el suelo y cayó, de nuevo de bruces, en el pasillo. Entre maldiciones dió una patada a la gran bolsa de cuero negra que había justo en el umbral de la puerta, haciendo que cayera de lado.

Cuando se sentó para incorporarse cogió la bolsa y la acercó a él y miró en su interior. Esperaba ver cosas horribles, animales degollados, cabezas, quién sabe que repugnante y macabro botín. Pero lo que encontró le dejó estupefacto. Por su interior le recorrió un escalofrío. La bolsa estaba llena de billetes de cien y quinientos euros, y encima de ellos, una cabeza de cerdo, mirando hacia arriba, con el hocico apuntando a su cara.

lunes, enero 12, 2009

Mediocridad

Mediocridad
Somos poco.
Somos parte de algo sin importancia.
Todo lo que conseguimos no es nada.
Nuestro destino es no ser nada.
Ser es poco.
Sueños y anhelos nos llenan.
Una ilusión.
Cuánto creemos en nuestra mentira.
Eso es lo que tenemos.
El descrédito.
El fin del camino.
Sin mentira no hay función.
No podemos conseguir sin creer.
No podemos creer.
Sólo podemos querer.
Intentamos querer más.
No ganamos.
Seguimos.
Un día ganamos.
Es igual.
Hemos perdido.
Miramos alrededor.
No vemos nada.
Lo queremos dejar.
No es fácil.
La inercia.
Lo seguimos intentando.
Intentos vanos.
Ganamos tiempo esperando.
Pero nunca llega.
No es culpa nuestra.
No es culpa de nadie.
Tan solo es mediocridad.

jueves, enero 08, 2009

¡Strike uno!

Un prostíbulo. De todos los lugares que existen, ninguno tan indigno para un superhéroe. Odio a los villanos que se ocultan en prostíbulos. No sé por qué. Lo lógico es que vivan en cuevas, o que tengas que ir a buscarlos a centrales nucleares o centrales hidroeléctricas. Es lo que uno ve en la tele. En realidad son mucho menos glamurosos. Tienen cierta tendencia a ir a sitios en los que pueden incordiar, pero por lo general son tipos apáticos que se mueven poco. La gente cree que se les pilla in fraganti, a lo grande, pero si llegan a ser villanos famosos es porque son buenos, y a los buenos no los coges con las manos en la masa fácilmente. Se cubren las espaldas. Lo normal suele ser ir a su casa y meterles de hostias. Al menos en mi caso.
Un prostíbulo es un sitio de mafiosos. En esta ciudad al menos no hay ninguno que no esté regentado por un tipo al que aplastaría de un manotazo. Un villano viviendo en un prostíbulo es como un superhéroe viviendo en el pentágono. Un jodido anacronismo. Es como ir a pescar truchas a un vivero. Pero es lo que ha tocado esta vez.
Según los informes de nuestro insigne servicio de inteligencia, Lord Porkemort ha conseguido, sabe dios como, hacerse con un cuarto de esos que se utilizan en los lupanares para actos impúdicos. Lo que no hemos conseguido saber es cómo ni por qué, algo que sin duda hubiera resultado útil.
Lo primero que hay que hacer cuando se llega a un sitio, es entrar. Mi aspecto físico no me permite pasar desapercibido fácilmente, así que, como ya esperaba, todo el mundo se me quedó mirando cuando entré en Chica’s. Ese era el nombre del club. Inmediatamente un par de chicas, mujeres, seres humanos de sexo femenino se acercaron a mí. Tuve que esquivarlas con habilidad. Me acerqué a la barra y pedí un zumo exótico. El barman me preguntó que con qué licor quería mezclarlo, y me costó que entendiera que no quería licor alguno. También me preguntó que con qué chica quería tomar algo. Puso una cara todavía más rara cuando le dije que con ninguna.
Después de un rato el zumo se terminó. Como no había conseguido el ánimo suficiente para entrar a buscar a mi hombre, pedí otro. Un hombre que estaba en la esquina de la barra con aspecto de cortar el bacalao por aquellos lares empezó a mirarme con cara de pocos amigos, supongo que porque no estaba consumiendo lo suficiente. Decidí acercarme a él.
- Buenas tardes.
- ¿Es que no le gustan mis chicas?
- No es eso, es que estoy de servicio.
- ¿Cómo? ¿Eres un madero? – El hombre puso cara de alarma y miró a dos de sus matones. Tuve que reaccionar, porque ahora mismo la misión exigía discreción.
- No perdón. Era una forma de hablar. No me he expresado bien.
- Ah. Bueno. – El hombre miró con más tranquilidad a sus gorilas y la cosa pareció tranquilizarse.
- Estoy buscando a un amigo.
- ¿Ah sí? ¿Y cómo se llama su amigo?
- No estoy seguro de que usted le conozca por su nombre.
- Haga la prueba.
- Mi amigo sale por las noches vestido de negro, con una capa y un antifaz, y lleva un simbolito con tres círculos en el pecho.
- Que amigo tan raro. No le conozco.
- Pues a mi me han dicho que vive aquí. – En este punto el hombre pareció incomodarse. Otra mirada a sus fornidos camaradas ocultos en la oscuridad del local. Al parecer esto no iba a ser zumo, coser y cantar. Una gilipollez como que somos del mismo pueblo no iba a colar, así que traté de ponerme serio y tirar por algo no muy grave. – Me debe dinero.
- ¿Ese amigo tan raro que usted me ha descrito le debe dinero?
- Sí.
- Pues a mi no me parece que le deba dinero.

Mierda. Me va a tocar trompar antes de tiempo. Y eso implica que el malo se va a escapar antes de tiempo. A mi no me gusta pegar. Pegar sólo es un instrumento que utilizo en última instancia, lo que ocurre es que la gente no se da cuenta hasta el último momento de que no tiene nada que hacer. Y ese último momento suele venir generalmente después de que les haya golpeado. En algunos casos, en repetidas ocasiones. Hay que rebajar la tensión.

- Disculpe ¿dónde están los lavabos?
- ¿Qué? Escucha amigo, te aconsejo que te marches ahora, sin hacer mucho ruido. – No me quedó más remedio que levantarme y buscar el servicio por mis propios medios, pero un gordo bigotudo se interpuso en mi camino.
- Tío, te han dicho que te largues. ¿Es que no lo has oído? – El tipo tenía cierta cara chulesca, el tipo de cara chulesca de un señor que roba la merienda a los niños en el recreo. Hay que hacer algo con ese tipo de señores.
- Sí, ahora. – Utilicé con él una vieja llave que aprendí cuando era joven. Con sólo tocarle el hombro generé en él tal dolor que no pudo moverse del sitio. Se quedó clavado, gimiendo, en el lugar en el que estaba.

Afortunadamente camino de los servicios había una escalera que subía al piso de arriba, así que decidí no demorarme. Lo más probable es que al salir del baño me estuvieran esperando, así que aproveché el factor dolor-sorpresa. La fauna que encontré en el primer piso me recordó en qué tipo de lugar me encontraba, y por supuesto, no hay ni que mencionar el tipo de sonidos que tuve que escuchar. No fue difícil encontrar la puerta de la que no salía ningún gemido. Era la última. En tiempos recientes he aprendido a utilizar la sutileza, la manejo con más soltura que antes, así que abrí la puerta en lugar de derribarla.
Lo que encontré dentro me hizo vomitar. Ni siquiera puedo describir lo que vi, porque no sé lo que era. Pero el tipo asqueroso ese estaba en medio, eso sí, sin su disfraz. Se lanzó hacia mí con una furia bestial, traté de esquivarlo, pero su patada me golpeó en el brazo. El dolor era terrible, y el ser salió por la ventana a una velocidad casi sobrehumana. Traté de seguirle, pero a duras penas conseguí salir por la ventana. El dolor me traía recuerdos de mi niñez. O al menos eso pensé, porque siendo adulto no recordaba que me hubiera dolido nunca nada. Descendí por el tejado a la calle, pero no había rastro de que alguien hubiera pasado por allí. Lord Porkemort me había derrotado. Una derrota no hace daño. Una patada sí, según sabía ahora. Pero al menos aprendí una cosa. Sigue siendo mejor golpear primero.

Interludio

- De modo que se trata de un lituano, ni bueno ni malo, sino según se mire.
- Exacto.
- Pues, general, a mi me parece malo.
- No del todo.
- ¿No me parece del todo malo, o no es del todo malo?
- No es del todo malo.
- ¿Porque no pertenece a ninguna organización?
- No, porque no nos consta que trame nada malo. Podríamos decir que se trata de alguien que no sabe comportarse.
- Yo diría que no saber comportarse es eructar en una recepción diplomática. A destruir cosas y hacer daño lo tengo más por ser malo. Al menos es a lo que llevan haciendo que me enfrente durante años.
- En realidad tampoco te falta razón. Por eso decía que no es ni bueno ni malo.
- Es un hijo de puta. Y punto.
- Tal vez. Pero un hijo de puta útil.
- Ya empezamos otra vez.
- Tienes que entenderlo, Termobucle. Su maldad puede sernos útil.
- Se refiere a ese tipo de utilidad que los altos mandos encuentran en las cosas más insospechadas, supongo.
- Sí, a esa. Pero es necesario que lo entiendas.
- Trate de volver a explicarme por qué no tengo que partirle la cara la próxima vez que le vea.
- Veamos. Llevamos años combatiendo el mal, ¿no es cierto?
- Dígamelo a mí.
- Y año tras año, vemos como a cada villano que sacamos de circulación, le sucede otro con más ganas de jodernos que el anterior. Al principio querían hacerse ricos, después nos empezamos a enfrentar con tipos que querían dominar una ciudad, más tarde llegaron los países y últimamente parece que por menos que el mundo no merece la pena joder a nadie. Pronto tendrás que ir a trompar a alguien que esté reclamando Saturno.
- Sí, al parecer el mal asume que a mayor grado de dominación, mayor probabilidad de pasar desapercibido. Eso o que nadie quiere cagarla por menos que el anterior.
- Lo que necesitamos es romper esa tendencia. Que los niños dejen de ver en la tele como reclamar el universo es posible. Quitémosle al mal su atractivo, y pronto tendremos villanos de pacotilla. Malvados, sí, pero menos peligrosos.
- Menos peligrosos para usted, a mí me pueden seguir jodiendo igual.
- Bueno hombre, siempre será mejor enfrentarse a un navajero que a un tipo con un corrugador positroide.
- No.
- Da lo mismo.
- Eso me parecía.
- Necesitamos instrumentalizar a ese tal Lord Porkemort.
- ¿En plan Robocop?
- No. Quiero decir, que tenemos que conseguir que se haga famoso por sus maldades de poca monta.
- No creo que a el le haga gracia ser considerado un malvado de poca monta.
- No creo que el se considere malvado.
- Como ya le he dicho, yo creo que sí. Si no es mejor es porque no ha tenido tiempo.
- Pues ayudémosle, convirtámoslo en el malo que necesitamos, y al puede que al final triunfemos.
- Esto no va a terminar bien, general.
- ¡Estamos ayudando al malo! Así que eso espero. ¡Jajajajajaja!
- Me da usted miedo.

domingo, enero 04, 2009

Los caminos del señor

Existen muchos tipos de tareas cotidianas. Algunas de ellas resultan molestas para la mayoría de la gente, molestas en el sentido de que produce verdadero fastidio tener que realizarlas. Se trata de tareas tales como limpiar y ordenar cosas que por otro lado, ni siquiera recordamos haber ensuciado o desordenado. Existen algunos otros quehaceres que realmente no somos conscientes de que llevamos a cabo, ya que hemos interiorizado de tal forma los mecanismos que nos permiten realizarlos que apenas nos suponen un esfuerzo. Eso que comúnmente llamamos rutina nos evita tener que preocuparnos de los aspectos más tediosos y repetitivos de lo que tenemos que hacer a diario, nuestro subconsciente toma las riendas de nuestras acciones para evitarnos bostezar una y otra vez.

Lograr establecer una rutina no es igual de sencillo para todo el mundo. Hay quien tras dos semanas haciendo algo a diario, es capaz de sentir el peso de la rutina en una actividad. Otros, sin embargo, necesitan meses de repetitividad para poder sentir la misma sensación. Pero existen personas para las que, por más que lo intenten, es imposible acostumbrarse a repetir una acción. En algunos casos concretos, de hecho, algunos actos repetitivos llegan a constituir auténticas pruebas de paciencia, que requieren unas enormes dosis de autocontrol y voluntad, para no perder la calma o incluso la cabeza.

Cuando la gente murmura a tus espaldas, te observa, incluso utiliza una mueca de desagrado como primer y único gesto facial al verte, es difícil encontrar agradable estar entre la gente. Y este es el caso de un hombre muy alto, muy fuerte y muy negro ataviado con bermudas, una camiseta rosa, mocasines, calcetines de rombos y abalorios militares. Da lo mismo que tras una apariencia exista una persona. Incluso es obviable que pueda existir una persona sensible tras un aspecto subjetivamente desagradable. Cuando una mayoría juzga no apto a alguien, se lo hace saber a la manera en la que sólo una masa convencida y equivocada sabe mostrar su desaprobación. Y esta manera es bastante desagradable para quién la sufre.

Así es el día a día de Termobucle, en la panadería, en el supermercado, en la frutería o en cualquier establecimiento que, como ser humano, debe frecuentar. La caja de ahorros, no es una excepción, y así, cuando entra a la sucursal y coge su número, debe enfrentarse a las miradas furtivas de todos los que además de esperar no tienen otra cosa que hacer más que lanzar miradas furtivas a quien considera ser merecedor de dichas miradas. Algunos niños, sobre todo aquellos que son transportados en sillas por sus madres o abuelas, llevan incluso más allá esta desagradable mala costumbre y señalan con sus dedos mientras comentan en voz inadecuadamente elevada “mira mamá que señor tan feo”.

Hoy es uno de los días en los que los que la desconfianza, por un lado del Gobierno, pagador hasta ahora puntual pero no por ello exento de ser blanco de desconfianza, y por otro lado internet, herramienta útil para algunas cosas, pero no para gestionar cuentas bancarias, al menos en opinión de Termobucle, genera la necesidad de visitar la sucursal de la caja de ahorros.

Poca gente suele suponer una experiencia más agradable, y el caso es que en esta ocasión únicamente había dos personas esperando, además de las dos personas que estaban siendo atendidas en las dos ventanillas. Uno era un hombre de aspecto arreglado, probablemente alguien que por razones de trabajo estaba haciendo gestiones en el banco, y que afortunadamente no prestaba mayor atención a Termobucle. La otra persona era una vieja con un carro de la compra. Una potencial arpía molesta. En ocasiones la suerte tiene a bien aliarse con uno, y proporciona situaciones en las que redimir el mal causado, el no causado, o el aparente. En este caso, una naranja se había caído del carrito de la compra de la anciana, y Termobucle, hábil manejando situaciones difíciles, tras sobreponerse a la esperada mueca de la mujer, se acercó a recoger la fruta que había rodado hasta situarse tras ella. Cortésmente ofreció la naranja diciendo en voz baja.

- Supongo que se le ha caído del carro, señora. Tenga.

Frase que fue respondida con un silencio y una mirada fulgurantes, que sorprendieron a Termobucle, a la suerte que había propiciado la situación y a varios universos paralelos que nada tenían que ver con la situación. Le arrancó la naranja de la mano y la depositó en el carro de la compra, con un gesto que indicaba bien a las claras la seguridad de que Termobucle algo había tenido que ver con el hecho de que en algún momento la naranja, hubiera decidido salir del carrito.

Ante la reacción de la anciana, no quedó más que apartarse hacia el fondo a esperar, confuso, molesto y contrariado a partes iguales.

Precisamente en ese momento de contrariedad en la que uno deja de prestar atención al mundo real durante un par de segundos para murmurar para sus adentros, un par de hombres con pasamontañas y armados con subfusiles de asalto aparecieron en escena.

Es fácil volver de un estado de evasión cuando alguien dispara al techo un arma de fuego, y es fácil también obedecer cuando te apuntan a la cara con un arma, así que en un abrir y cerrar de ojos todos los presentes estaban tumbados en el suelo con las manos sobre la nuca.

La deformación profesional en ocasiones es algo molesta e instintiva. Tan pronto como la mejilla toca el suelo de un agente de operaciones especiales, todos sus sentidos se centran en analizar la situación. Ello implica necesariamente un reconocimiento visual del terreno, reconocimiento, que en su parte final, hizo que la mirada tuviera que posarse en la anciana. Cualquier cavilación acerca de cómo afrontar la situación se vio abortada inmediatamente. La anciana miraba de forma fija y desagradable, de nuevo, a Termobucle.

- ¡Haga algo! – Susurró la mujer con gesto de incomprensión. Al parecer, esperaba de Termobucle una reacción algo más arriesgada que obedecer a los armados atracadores. Como es lógico cierta sensación de estupor recorrió a Termobucle, después de sentirse rechazado por su aspecto, tener que soportar eso era demasiado. Pero la cosa todavía iba a empeorar, ya que uno de los atracadores, presa del hambre, sin duda, se acercó al carrito de la anciana y cogió de él un pedazo de pan. Tal sustracción no era permisible según los cánones morales de la anciana, que decidió forcejear ligeramente con el ladrón, que no tuvo reparo en golpearla para poder hacerse con la comida.

Desde el suelo, la mujer miró furibunda mirada a Termobucle, y volvió a susurrarle - ¡Haga algo, mamarracho! – La situación era tremendamente injusta. Se estaba cometiendo un crimen y una mujer de avanzada edad había sido golpeada. Ningún ser humano con un mínimo de decencia dejaría de despreciar la actitud del ladrón. La anciana insistía con tono desagradable – ¡¿Es que va a permitir esto?! – Era el momento en el que, en circunstancias normales, Termobucle se hubiera levantado, y con un par de movimientos hábilmente premeditados, hubiera desarmado a los ladrones y los hubiera inmovilizado hasta que llegara la policía. Sin embargo, puede que debido a la presión, o tal vez no, se limitó a murmurar – Cállese vieja, que no soy ningún superhéroe.

Para no tener que soportar más miradas, decidió que lo mejor sería pegar la cara al suelo y esperar a que todo terminara. Pero un minuto más tarde algo le sobresaltó. Una fugaz sombra por el rabillo del ojo, el silencio de los atracadores y un pequeño golpecillo le hizo levantar la mirada. Tan sólo consiguió ver una especie de sombra negra, con capa, salir por la puerta rápidamente. No hacía ruido, no parecía caminar. No lo pudo identificar. Tal y como testificó después, sólo recordaba un dibujo, tres círculos, dos de ellos dentro del uno más grande. Una especie de hocico de cerdo. Pero el hombre iba enmascarado, era imposible reconocerlo. Lo que siguió a aquello fue bastante confuso, la anciana se puso a gritar y a lanzar cosas. Los atracadores, estaban atados y amordazados. Pero el dinero no estaba. El extraño personaje, había reducido a los atracadores cuando ya tenían el dinero e iban a escapar, los había inmovilizado, y se había llevado el dinero. Héroe o villano, quién sabe, es algo que no importaba a Termobucle. Tan sólo se preguntaba quién era aquel tipo, rápido. Silencioso. Efectivo. Tuvo la sensación que no sería la última vez que tendría noticias de él. Su jefe, el General Dasnakoff, le dio un nombre. Un nombre que no le dijo nada. Lord Porkemort. Y en su cabeza, una pregunta. Por qué no ató y amordazó también a la vieja…

viernes, febrero 02, 2007

Encuentros

Buenos días. Comenzaré presentándome. Mi nombre es Elodie Goto Etiqueta, y soy belga. Eso quiere decir que nací en Bélgica, pero nada más. En realidad, he vivido toda mi vida de aquí para allá, ciertamente, he tenido más de diez residencias distintas, tres pasaportes y un sinfín de aventuras en los lugares más remotos del globo. Vamos, que nunca me he sentido muy belga, como comprenderán. Debido a mi trabajo, siempre he estado dispuesta a ir donde fuera requerida, bastaba con decir mi nombre, y allí iba yo, de un salto.

Pero no hablemos de trabajo, es algo tedioso, y no pretendo resultar un incordio. La cuestión es que hace más de un año que he fijado mi residencia en Londres, y he aprendido a apreciar los placeres de permanecer en un mismo sitio durante un tiempo. Ahora soy consciente del placer de rebuscar entre los viejos mercados de artesanías, y me pierdo por la ciudad, deambulando entre callejuelas olvidadas, y por supuesto no mencionadas en guía turística alguna.

En esos paseos, largos y relajantes, en los que se puede llegar a oír el latido de la misma ciudad, he conocido multitud de gente, personas que no ven nada de maravilloso en su entorno, pues han permanecido en él toda su vida, y no lo observan a través de los ojos de quien tiene algo ante sí por primera vez. Es por eso, que sé reconocer, a quienes como yo, son extranjeros en esos lugares, pues en su semblante se percibe la admiración que la escena le causa en su interior.

Fue un día como otro cualquiera, no era soleado, pero tampoco llovía ni hacía frío. Caminaba por una calle estrecha, y vi a lo lejos una figura oscura mirando hacia el tejado de madera de la casa que había a mi izquierda. Continué andando hacia allí, sin dejar de contemplar lo que me rodeaba, pues una persona en mitad de la calle, no era algo inquietante, sino más bien usual. Cuando estaba lo suficientemente cerca como para distinguir los detalles de su ropa, me percaté de que estaba rodeado por una capa negra, y de que su cabeza estaba cubierta por una especie de gorro que ocultaba también sus ojos.

Aminoré mi marcha y me acerqué a él, que permanecía inmóvil mirando al tejado, por lo que yo también, presa de la curiosidad, me detuve a observar el alero. El edificio no era especialmente bello, una construcción común, como tantas otras en aquel barrio, eso sí, antiguo, pero nada que mereciera tanta atención. Tras unos instantes, decidí preguntarle qué miraba, si acaso conocía algún tesoro oculto a mi vista, aficionada tan solo a las artes arquitectónicas. Únicamente obtuve silencio por respuesta. Como es lógico, esperé cortésmente a que mi pregunta fuera digerida, pero cuando tuve la certeza de que no iba a contestar, como buena ciudadana, quise saber si le sucedía algo, acercándome a él. Supongo que me acerqué demasiado, y el alargó su brazo izquierdo, y estiró su mano ordenando que me detuviera, a la vez que bajaba la vista al suelo, y decía, con una voz grave, profunda, seca un claro y aterrador “no”.

Me detuve al instante, y le pedí disculpas, retomando inmediatamente mi paso. Me alejé de allí lo más rápido que pude, sin llegar a correr. Al poco de haber comenzado a andar, mire hacia atrás. No habrían pasado ni diez segundos, pero ya no estaba allí. No había oído pasos, la calle era larga y no había podido llegar al final, no había cruces, y por mi lado no pasó. Tampoco oí puertas, ni había ninguna abierta. No tenía miedo, pero su voz me había perturbado.Tal vez no fue su voz, sino su gesto, o su atuendo. Vestía de negro, completamente, y llevaba una figura. Cuando alargó su brazo, lo pude ver, en su pecho llevaba dibujados tres círculos. Era como el hocico de un cerdo, y me hizo sentir extraña. Durante días pensé en aquel encuentro, pero no fui capaz de entender bien lo sucedido. Entonces no lo sabía, no lo comprendí hasta mucho después. Aquel fue mi primer encuentro con Él, la primera vez que vi a Lord Porkemort.